viernes, 25 de julio de 2008

James Turrell, el chamán de la luz.




















“Si definimos el arte como experiencia, podemos suponer que el espectador, después de ver una obra, se lleva el arte consigo, porque ha sido hecho parte de su experiencia”.















«Estamos acostumbrados a ver cosas iluminadas, pero no nos fijamos en la luz, una película, una fotografía es el resultado de la luz, pero nadie repara en ella. Sin embargo, tiene vida propia».




















El land-art surgió como corriente a finales de los sesenta, al utilizar espacios naturales para ser transformados por la acción del artista. Forma parte de un grupo de corrientes que intentan desvincularse de galerías o museos, y que sin embargo suelen ser son esenciales para su publicidad y difusión, ya que se estas obras se realizan en lugares que, por lo general, no se encuentran al alcance del público. La fotografía, el video o incluso los mismos proyectos son los que se muestran en estos casos como testigos de cada obra.















Un destacado artista que trabaja en ocasiones el land-art es James Turrell, norteamericano que se describe a sí mismo como escultor de la luz. Nacido en Los Angeles en 1943, estudió psicología, matemáticas, historia del arte y otras asignaturas tales como geología y astronomía en el Pomona College de Claremont (California). Sus primeras investigaciones se basaron en la manera de combinar el arte y la tecnología pero, a mediados de la década de 1960 y junto con otros artistas, inició su experiencia sobre el carácter de la obra de arte como un posible camino hacia el conocimiento. Tomando la luz como materia prima, la obra de Turrell se desarrolló analizando la relación que existe entre el hombre y la naturaleza. Esta apreciación parte de la observación subjetiva y depende enteramente de la experiencia individual que pueda vivir cada visitante con cada obra, correspondiendo al mismo decidir el lugar y modo de observación.














El lugar de la imagen se sustituye con la propia interacción del observador con el medio, no se dispone, en consecuencia, ningún punto a priori hacia el cual fijar la atención en concreto; el fenómeno artístico queda atribuido a la propia experiencia del sujeto tanto como en la obra del artista que actúa en este caso a al manera de un medium a la hora de distribuir o perfilar sensaciones. La pasión de Turrell por la luz empezó de muy niño, cuando en los finales de la Segunda Guerra Mundial agujereaba las cortinas de su cuarto para aislar la luz de las estrellas en la noche. En la actualidad posee un repertorio de unas 600 piezas de distinta factura en las que la luz presenta aspectos de texturas diversas con efectos de transparencia diferentes, alternando los puntos luminosos y opacos. La intención de Turrell es la de generar una sensación espacial de mayor profundidad que contrasta con el espacio inmediato que se cierra como si tras él no hubiese nada más. En 1966, James Turrell alquiló un antiguo hotel en Ocean Park (California) para utilizarlo como estudio y espacio expositivo; estableció nuevos huecos en las paredes y techos, controló la luz abriendo y cerrando las persianas, hizo que los rótulos de neón de las tiendas, los semáforos y los faros de los coches fueran parte de su obra. Sin duda, la experiencia en Mendota Hotel es fundamental para comprender la forma en la que este artista extraordinario convierte la luz en un objeto, jugando con las sombras y obligando al público a llegar a otra clase de percepción.



















A finales de esa década, Turrell trabajó en el Art & Technology Program de la Universidad de California, en colaboración con Los Angeles County Museum, lo que le permitió conocer al psicólogo Edward Wortz, que había estudiado los cambios en la percepción experimentados por astronautas en el espacio exterior. La investigación condujo al empleo de ciertas técnicas de privación sensorial, situando a los sujetos en un espacio insonorizado con un campo visual homogéneo. También se emplearon máquinas para medir las variaciones de las ondas cerebrales, midiendo los denominados “ritmos alfa”, unas ondas que se liberan con los individuos en estados de meditación o descanso. Por otro lado, en un cuenco semiesférico producían un “velo de luz” uniformemente blanco, el llamado efecto Ganzfeld (1) que será utilizado por Turrell en obras en la que el campo visual es amplio y, a menudo, desorientador, destinándolo a estimular la conciencia perceptiva del que observa.




















La asociación de la luz a temas como la muerte o el sueño en la obra de Turrell deja a un lado otras connotaciones personales o sentimentales en favor de la experiencia perceptiva de cada individuo. Su obra no requiere explicación y la sencillez de los elementos con los que trarbaja permite fácilmente al visitante ser capaz de observar y comprender, a la vez que es sorprendido por los efectos de la obra. Su obra trata de producir una transformación en el estado mental de las personas a través de la percepción sensorial. Las obras más clásicas de Turrell son habitaciones iluminadas, donde el color hace perder la noción del espacio. Para esta artista, el principal reto es hacer que la luz sea algo tangible, que tenga una densidad propia, y sea casi posible sentirla físicamente. En sus propias palabras «El diálogo con la luz está en todos los grandes pintores de todas las épocas, pero su relación con el hombre es muy anterior y nace en el momento en que dos personas hicieron la primera hoguera en una cueva». O bien... «Dentro de 50 años, mis trabajos, que ahora se ven como algo vanguardista, van a parecer primitivos. No es un reproche, sino el resultado de una búsqueda de una relación directa, a través de los sentidos, entre el hombre y su entorno».




















Consciente de que el diálogo entre el hombre y el universo se sitúa en los límites de la filosofía, Turrell prefiere desmarcarse de la cuestión. «Sé que hay algo de espiritual en mi obra», asegura, «pero no me siento vinculado con ese tipo de forma de ver el mundo». Por ello, aunque rechaza poseer una mentalidad científica, reconoce que su actitud vital es la de un escéptico que, a través de sus trabajos, descubre mundos que no siempre forman parte de la realidad. «Me gustan los mundos espirituales, pero no soy un creyente de lo que ha degenerado en lo conocido como New Age», puntualiza. «La luz que busco es la de los sueños: no sabemos de dónde viene, pero sí que es muy intensa y viva. Eso sólo se puede lograr apelando a las sensaciones», añade. Curiosamente, no es con la luz natural de los espacios abiertos y bañados por el sol donde mejor se mueve, sino en la penumbra. «La mejor luz es la del crepúsculo, cuando entrecerramos los ojos para poder fijar la vista, porque es cuando más conscientes somos de que la luz tiene una densidad y que es algo que casi podemos tocar».












“Empecé a hacer estas formas en las esquinas. Parecía que se convertirían en objetos de tres dimensiones. Adquieren una especie de carácter físico hipotético; un carácter físico que se forma en otra dimensión”. James Turrell, en su obra, crea las condiciones que permiten entender el significado de la luz y sus consecuencias espaciales, procurando que el espectador goce con su experiencia propia ante la obra disponiendo los elementos para que cada uno experimente y goce con sus sentidos. Turrell, como lo hacía Louis Kahn, trabaja con la certeza de que la luz natural proporciona emoción según como se la maneje modificando el espacio a través de sus matices durante las diferentes horas del día y de las estaciones del año.




















Su obra más importante es el proyecto del Roden Crater, un volcán extinguido en Arizona sobre el que trabaja desde hace tres décadas. Turrell actúa profundizando sobre la percepción al manipular hábilmente los efectos luminosos, transformándolos en objetos de los que extrae la esencia de la sensación, uniéndose también así a las elaboraciones espirituales de las primeras civilizaciones neolíticas, explorando nuevas estructuras y sustituyendo en su caso los materiales físicos convencionales como el hormigón, el acero y el cristal por la propia luz.




















El volcán hace tiempo que dejó de estar activo y la idea es convertirlo en una ventana al firmamento desde la cual los visitantes puedan disfrutar del sol, la luna o las estrellas. Este observatorio en el ojo del volcán le lleva ocupando desde 1972 en donde cuenta con la financiación de la fundación cultural Lannan. la propuesta incluye senderos, túneles, salas en el interior y el exterior.













El proyecto se inició con fondos de una beca Guggenheim con la que financió la gasolina recorriendo durante siete meses la geografía norteamericana en busca de objetos apropiados. Una vez elegido el emplazamiento estudió las condiciones del entorno, realizando distintos análisis históricos y geológicos. El proyecto del “Roden Crater”, si bien no es lo mas característico de Turrell llama la atención, por sus dimensiones y la propuesta de interponer un diálogo entre naturaleza y hombre. La acción transformadora de Turrell sobre el cráter parece incluso demasiado agresiva, al proponer evidentes transformaciones y pasa a ser una arquitectura que interviene en el medio natural del volcán dormido.




















Excavar la tierra, para estar así más cerca del cielo, un complejo entramado de túneles y subterráneos perforados en el desierto de Arizona que parte de la convicción de que la atmósfera puede comunicar por sí misma cuando se fuerzan las condiciones de percepción adecuadas. Turrell ofrece al espectador el marco espacial, la herramienta lógica, que permite advertir la luz y la oscuridad - sus principales elementos creativos- desde una perspectiva diferente.




















Otro proyecto que Turrell pretende realizar en España es Stupa, una mastaba situada bajo el nivel de la tierra, en la que el visitante puede contemplar los cambios de luz y sentirse así cercano al cosmos. Según explica Ana Morales, responsable de comunicación de la NMAC, atraer a Turrell hasta Monteenmedio (Cádiz), «ha sido una tarea de años, puesto que estaba completamente absorbido por otros proyectos, aunque el esfuerzo merecerá la pena, ya que en España nunca se ha llevado a cabo un trabajo como Stupa». El equipo de ingenieros responsable de materializar la idea ya ha comenzado las labores de acondicionamiento del terreno, situado en una leve pendiente, condición indispensable para que el juego de luces y sombras funcione según lo previsto por Turrell, que eligió personalmente la localización exacta. El espectador deberá introducirse en el espacio horadado en el suelo, un montículo casi invisible desde el exterior, donde se abrazan los tres elementos primordiales de la creación (agua, luz y tierra), y sumirse de lleno en la penumbra para constatar los resultados de forma subjetiva. Al margen del evidente simbolismo religioso de la representación, - el término stupa procede de la arquitectura budista-, las cúpulas tienen la intencionalidad primera de aproximar al visitante, por la forma y posición de sus aberturas (Sky Spaces) a la esencia misma de la bóveda estelar. Todo ello mediante el efecto derivado de forzar la retina al máximo y amoldar la percepción a los cambios continuados de luz, que llevan al público a confundir, en determinados momentos, los límites de la claridad y la materia. De esta forma, el elemento luminoso deja de ser adicional para convertirse en el centro mismo de la obra, adquiriendo su textura, sustancia y significación.




















Turrell, en todo caso, es una de las primeras figuras del arte contemporáneo, que se ha ganado a pulso un lugar relevante en el panorama creativo actual gracias a su constante experimentación y a sus arriesgadas propuestas. A diferencia de otros artistas que esculpen o modelan, trabaja con luz, una materia tan esquiva como difícil de dominar. «Recientemente se realizó un experimento que demuestra que la luz interactúa con las personas, que no es igual cuando alguien mira que nadie mira y eso tiene unas repercusiones que yo todavía no soy capaz de entender», afirma. Turrell bromea incluso sobre la posibilidad de que sus instalaciones sean mejores cuando nadie pueda verlas.














Algunas de sus afirmaciones resultan, sin embargo sorprendentes...”En primer lugar, no me ocupo de ningún objeto. El objeto es la percepción en sí misma. En segundo lugar, no me ocupo de ninguna imagen, porque quiero evitar el pensamiento simbólico asociativo. En tercer lugar, tampoco me ocupo de ningún objetivo, ni de ningún punto en especial hacia donde mirar. Sin objeto, sin imagen y sin objetivo. ¿Qué es lo que miras? Te miras a ti mirando...”


















Resulta obvio, sin embargo que trabaja con objetos y se ocupa de ellos aunque el objetivo sea la modificación perceptiva. la propia luz es un objeto en sí misma. Igualmente lo es la forma de la cosa que adviene al espectador mediante una imagen, aunque sea una imagen simbólica. Por otra parte el pensamiento simbólico asociativo es inevitable pues está en el origen del lenguaje. Y los objetivos están claros; utilizar al espectador para modificar su nivel perceptivo. También los chamanes elaboran, a veces, fantasías bobaliconas aunque los objetos de Turrell hablan de él mucho mejor que él mismo.
















BIBLIOGRAFÍA.

Zabalbeascoa, Anatxu. James Turrell : el escultor de la luz / Anatxu Zabalbeascoa. — p. 80-87 : il. col. ; 30 cm. En: Diseño interior No. 151 (Feb. 2005), p. 80-87

Celant, Germano. James Turrell / Germano Celant. — p. 66-73 : il. col. ; 30 cm.
En: Interni no. 565 (Oct. 2006), p. 66-73

[1] El efecto Ganzfeld se produce cuando al individuo se le presenta información sensorial enriquecida que no contenga información específica. El sonido relajante y sutil de lluvia cayendo es el ejemplo de un sonido de audio homogenizado. Después de enfocarse en el sonido durante un período de tiempo, el cerebro determina que el sonido no contiene información de valor y comienza a ignorarlo.






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