jueves, 26 de febrero de 2009

Neoclásicos y romanticos...














Parece que es en las últimas décadas del siglo XVIII cuando el concepto de “arte” se instaura como un nuevo sistema de conocimiento de la realidad a partir de la influencia y la función ejercida por Academias, Museos, críticos e historiadores del arte que lo separan de la noción artesana – o servil, simplemente – que había tenido en Europa a partir del ocaso de la cultura clásica. Este fenómeno ha sido analizado por Arnold Hauser que opinaba que el concepto de Arte había cambiado debido a las crisis sociales y sus secuelas revolucionarias. Será a partir de entonces cuando los historiadores miembros de Academias o Instituciones los que marcarán el peso de la moda. este fenómeno no era nuevo, pues ya había ocurrido anteriormente: pensemos en el ejemplo de Vassari o Alberti; lo que ahora se produce es un cambio radical en la mentalidad occidental en todos los aspectos de la vida, impregnado de un nuevo fervor moralizante racional y estoico que ya se esboza en los escritos de Diderot. La Enciclopedia, dirigida por filósofos y pensadores (no necesariamente artistas) surgió de la necesidad de transmitir los nuevos conocimientos e ideas a las generaciones venideras, como un primer intento de globalización del conocimiento, basado en una radical rectitud moral que debía dirigir las relaciones con el prójimo en la vida pública, que resultaba independiente de la actitud religiosa de cada cual.
















En las artes, esta posición se traduce en un rechazo al Rococó y al ornamento innecesario, así como a los excesos e iniquidades como representación de la infamia y el abuso. El neoclásico rechaza todo aquello que no apelara a la mente y a la racionalidad y el gran teórico de este movimiento fue Winckleman, el primer historiador del arte. A su lado, aparecen otros teóricos como el polémico Piranesi, apasionado de la antigüedad romana: ambos crean una noción de paisaje en la cual la arquitectura se sobrepone a la naturaleza. Son estos historiadores y sus seguidores, los que con sus teorías de la belleza marcan la moda, e influyen en la enseñanza académica a partir de teorías impregnadas de un nuevo clasicismo, muy evidente en la admiración por la cultura griega de la época dorada que plantea el propio Winckleman. En una sociedad fragmentada e inestable, el arte griego antiguo se veía con la capacidad de salvar al hombre del caos que se presentaba.
















Una de las acciones más evidentes de los enciclopedistas fue abandonar la concepción religiosa de la sociedad; a partir de ese momento, la opción religiosa quedaba sujeta a la privacidad del individuo desmereciendo como opción social. Como consecuencia de ello, la sociedad queda en una situación inestable pues la religión había ocupado durante siglos el monopolio ético. Para salvar ese abismo, el arte se convierte en la nueva religión, y se organiza con su cuerpo teórico, su liturgia y sus normas y serán las Academias las encargadas de su difusión. Aparecen los museos como exponentes de los nuevos dogmas y los profesores (o críticos) en difusores de las nuevas teorías, cumpliendo una función que permanece casi invariable hasta nuestros días.Todo lo que constituye nuestra cultura artística actual tiene este origen. Esta nueva religión tiene como ídolo la belleza y la creación de un nuevo cánon como una naturaleza corregida.
















Las Academias, para poder sobrevivir a los grandes cambios políticos que la sociedad sufre, se adaptan a los regímenes políticos existente, bien como soporte de las monarquías ilustradas o bien más tarde en los fenómenos revolucionarios. Esta habilidad les supone sus pervivencia por encima del poder político, aceptando someterse y adaptándose para seguir teniendo el control como difusoras de conocimientos e ideologías, y utilizando el arte para alcanzar sus fines, como consecuencia de los principios doctrinales neoclásicos.




















El cambio no se ciñó únicamente a Francia, sino que los intelectuales de la cultura occidental adoptaron actitudes parecidas, aunque de formas diferentes a la francesa. Aunque las circunstancias del rechazo del Rococó difiriesen de un país a otro, el estilo neoclásico adquirió pronto un estilo internacional homogéneo en el cual el artista no apelaba al individuo de su época, sino a todos los hombres de todos los tiempos. De esta manera, los temas utilizados en arte también cambiaron de la exaltación de dioses mitológicos y las escenas sensuales, a la exaltación del patriotismo o escenas domésticas; temas tratados con un estilo severo y disciplinado. El hombre sustituía a los dioses, educando al espectador en la virtud de los grandes hombres como ejemplo de humanidad y generosidad. La representación adquiere contornos firmes y planos desde una visión frontal de gran claridad. La pintura neoclásica se define como una austera concentración de lo esencial, representando con exactitud los detalles históricos, con una fusión perfecta entre forma y contenido. En arquitectura, se aspira a la pureza originaria y a la autonomía del edificio con respecto de la escultura y pintura. Un fenómeno parecido ocurre en la música, en la que poco a poco se van eliminado las convenciones clasicistas y ornamentos de los músicos barrocos.





















Sin embargo este fenómeno dura relativamente poco, y el imperio napoleónico marca la decadencia y degeneración del neoclásico, perdida ya la fuerza de convicción que tenía en su nacimiento. En los últimos años del siglo XVIII comenzaron a notarse los efectos del nuevo romántico, decorativo y sugerente, que vuelve la vista hacia la opulencia de la Roma imperial, centrando el culto en la personalidad del Emperador. Aun así, se mantuvo el canon clásico en las figuras, pero con mayor libertad de luz y colorido, añadiendo composiciones dinámicas y retorcidas que apelaban de nuevo al barroco y al manierismo.

















La relación binaria entre naturaleza e ideal se resuelve en el neoclásico mediante una interpretación naturalista por la selección de las partes más perfectas. Esta concepción idealista del arte reaparece en toda teoría clásica desde Alberti e adelante, pero fue Goethe quien introdujo la distinción entre copia e imitación. Copiar de la naturaleza daba lugar a géneros tan poco apropiados como el bodegón, mientras que la imitación necesitaba de la inventiva e ingenio del artista como un continuo ejercicio de la mente. Mengs lo explicaba diciendo que la imitación de las grandes obras capacitaba al artista para producir obras que se asemejaran sin plagiarlas. Canova realizó bocetos y obras que se acercaban al máximo a la forma ideal sin pérdida de verosimilitud y variedad; poco a poco y sorteando las imperfecciones de la naturaleza, se llegaba a la obra final y terminada, que aparecía ideal y perfecta. La escultura antigua eran una guía infalible para seleccionar lo natural que determinaría obras de arte ideales, aunque en la búsqueda de este ideal se debiera evitar el engaño visual: las esculturas neoclásicas no pretendían parecerse a modelos reales de a la vida real, ni sus autores querían que pareciesen vivas.




















La utilización del desnudo en estaba justificado porque las ropas de la época se consideraban antinaturales; se mostraba al hombre desnudo sin exterior engañoso, tal y como la naturaleza le había creado, imitando la costumbre griega de no cubrir nada. Los arquitectos construían réplicas de edificios antiguos ilustrativas aun poniendo los medios para que esas reproducciones no pudieran confundirse con meras imitaciones, bien por el manejo del material, bien por el cambio de órdenes arquitectónicos. Lo cierto es que los edificios neoclásicos, como no podría ser menos, diferirán sensiblemente de los modelos que imitan. La razón de ello es que el canon es un invento moderno (bien sea renacentista o neoclásico) y que no se aplicaba directamente en la arquitectura de Grecia o Roma. Como dijo Louis Kahn, la arquitectura no existe, lo que existe son los edificios. Por ese motivo, el arquitecto neoclásico aspiraba a proyectar en el espíritu de los antiguos, pero también estaba dispuesto a inventar nuevos órdenes para nuevos tipos de edificios. Ledoux decía, por ejemplo, que la naturaleza era fuente de las leyes arquitectónicas, y que él se inspiraba en la pureza geométrica de los fenómenos naturales.





















La valoración del paisaje neoclásico tuvo su origen en el estudio de los poetas griegos y latinos. El paisaje neoclásico se basó en textos de Homero y Virgilio que hablaban de jardines bucólicos que despertaban emociones en aquel que los visitara, y eran más admirados por estas emociones que por sus cualidades intrínsecas. Se deseaba, no tanto mostrar las bellezas de la naturaleza, como evocar las mismas emociones que la poesía clásica evoca. Asi se aprecia en los paisajes de Nicolas Poussin, que ofrece una selección de elementos bellos de la naturaleza para evocar la Antigüedad. La imitación de lo antiguo no era para los artistas neoclásicos un fin en sí mismo, sino un medio de crear obras ideales de validez universal y eterna. Su aproximación era conceptual y derivada de la convicción en la que el arte debía apelar a la mente y a las percepciones sensoriales y que los problemas artísticos pueden resolverse racionalmente.
















La pintura necesitaba igualmente de modelos de conducta válidos para sus cuadros históricos que sirvieran como referencia moral para la nueva sociedad. La historia europea más reciente no valía, ya que había desembocado en las monarquías absolutas por lo cual hubo que remontarse a la Antigüedad clásica, al origen de la democracia idealizada como modelo. La pintura inspirada en el arte antiguo estaba repleta de mitología, pero a medida que dioses, faunos y sátiros se retiraban a un segundo plano, los hombres iban ocupando su lugar, convirtiéndose en guerreros y grandes hombres de la Antigüedad. Jacques Louis David se inspira en la moral de la Roma republicana para mostrar al público la importancia del poder del pueblo, incluso defendiendo el asesinato legitimado por un ideal superior, pensamiento revolucionario que David compartía. Esto no era nuevo, pues esas ideas ya habían aparecido en los escritos de Montaigne y Etienne de La Boétie en la primera mitad del s. XVII. Para la Revolución, los ciudadanos juran para defender la República. Así, eleva a la condición de modelo el pasado ideal. En su obra sobre la coronación de Napoleón, David representa un pasaje histórico en parte inventado, con una escenografía imaginaria y con personajes que nunca estuvieron allí (como por ejemplo la madre de Napoleón) en un intento de proponer la imagen de una familia estable, ya que eso era lo que debía llegar al público. El emperador debía ser modelo de conducta moral para los ciudadanos, y fuese real o no, sus representación debía ser la de un perfecto gobernante. El uso de escenas históricas manipuladas convenientemente sirve como modelo de conducta para una sociedad en crisis carente de ellos.





















Tanto en Inglaterra como en la Alemania del s. XVIII surgieron dos movimientos literarios que reflejaban una actitud diferente del hombre con respecto a la naturaleza, que era un elemento hostil que desarrollaba en el hombre un sentimiento de individualidad y de soledad ante el mundo. El Sturm und Drang aparece como un movimiento de rechazo hacia los convencionalismos de todo, ante la debilidad y conservadurismo que muestra la burguesía germana, proponiendo como fuente de inspiración el sentimiento en lugar de la razón. Su rechazo a las normas neoclásicas lo sitúan como parte del movimiento romántico. Fue un movimiento que insistía en la subjetividad personal y en el malestar del hombre en la sociedad contemporánea, como equivalente alemán de la Ilustración. Friedrich fue su máximo representante, con temas siempre relacionados con la naturaleza: el paisaje como proyección de la emoción del alma. Para los artistas alemanes de esta tendencia el objetivo era de destrucción del pasado inmediato y la búsqueda de una nueva expresión artística, a través de la observación de la naturaleza.



















Paralelamente, en Inglaterra las características de lo sublime fueron definidas por Edmund Burke (1729–1797) escritor y pensador político progresista, como algo visionario y angustioso, una pintura que se traduce en colores oscuros con un trazo de dibujo muy marcado, auque la figura queda siempre enmarcada dentro de un invisible esquema geométrico que la aprisiona. William Blake, uno de los máximos representantes de lo sublime también incorpora lo sobrenatural como parte integrante de la creación. Las sensaciones, que la tradición empirista había considerado como principios del conocimiento, pasan a ser ilusiones vanas que impiden captar las verdades supremas, expresadas a través de símbolos ocultos. Hoy en día es uno de los apóstoles de la tendencia “gothic” actual. La poética de lo sublime exalta en el arte clásico la expresión total de la existencia, y en este sentido es neoclásica. Pero como ese equilibrio es algo que no se mantiene, esa concepción pasa a ser romántica, reflejando este movimiento el gran problema del tiempo la dificultad de relación entre individuo y colectividad. La ciencia es reconocida como eje de la nueva cultura, pero es rechazada aquí porque se pretende que el artista sea un ser excepcional, en contacto con todo cuanto la ciencia es incapaz de entender.





















Ambos movimientos reflejan una actitud diferente del hombre respecto a la naturaleza, lo que hace surgir un sentimiento de individualidad que los sitúa como prerrománticos. Ambos propugnan la superioridad de los modelos clásicos, por lo que se convierten en el fundamento de las artes visuales de la época neoclásica. Como Friedrich, Blake trataba de descubrir y salvar el alma en el caos de la creación material, aunque con recursos estilísticos diferentes. Lo sublime lleva la marca del deísmo inglés, en tanto que los paisajes de visibilidad total de Friedrich y la pintura alemana de su círculo se fundan en la cosmovisión propia del panteísmo. La tragedia y el estremecimiento fueron los aspectos capitales de la pintura de la época, aunque tratados de forma diferente en Inglaterra y Alemania, ya que lo sublime se decanta por imágenes del hombre inmerso en sus sueños y miedos, mientras que el Sturm und Drang transmite esos mismos sentimientos a través del paisaje.





















El Juste Milieu es un movimiento pictórico que surgió en la Europa del s.XIX entre la década de los 20 y 60, según Rosenthal, aunque estas fecha varían según los autores, y se extendió por todo el continente, aunque este término surgió en Francia y se reservó para los artistas franceses. Algunos historiadores han querido ver en este grupo una postura media entre los conflictos políticos de la Francia del s.XIX. La cumbre de este grupo de pintores estuvo representada por Paul Delaroche (1797-1856), Horace Vernet (1789-1863), y León Cogniet (1794-1880), y se distinguieron por mantenerse al margen de las vanguardias de su tiempo, optando por una pintura diáfana, donde el centro de la composición es la escena o el grupo representado, es decir, la mirada del espectador de desvía directamente al nudo de la historia, al protagonista de la obra. Gustave Planche definió al Juste Milieu, en 1833, como la corriente de conciliación del momento, aunque fue un grupo que nunca estuvo muy unido.













Este movimiento está definido principalmente por un fácil acceso del público a las obras en el convencimiento de la ausencia de necesidad de una preparación cultural previa para su entendimiento, al contrario que ocurría con las obras neoclásicas y románticas. Otra característica es el uso de formas clásicas convencionales. Las imágenes representan un tema concreto, sin dar lugar a equívocos, ya que el interés de éstas reside en su poder narrativo; el interés reside en el suceso real, al contrario de lo que ocurre en la pintura romántica donde lo más importante es el elemento anecdótico. Esta idea, a su vez, sigue las directrices de la estética realista donde lo importante es mostrar la realidad, imágenes que tengan sentido por sí mismas, que cuenten algo. Los temas se inspiran en pasajes de la historia, de la religión y de la literatura eliminando los aspectos de grandiosos neoclásicos y románticos de la imagen y tratamiento de los temas. Es una pintura más realista y próxima a la realidad de la vida cotidiana. La diferencia más notable de este movimiento con el Romanticismo es el abandono de los aspectos violentos y apasionados que muestran las obras de los grandes románticos.




















El romanticismo sostiene con frecuencia la primacía de la intuición y el sentimiento frente a la razón y el análisis, lo irracional le atrae más que lo racional, lo trágico más que lo cómico, lo oculto más que lo presente, lo implícito más que lo explícito, lo sublime más que lo bello, lo dramático más que lo apacible. Es ésa irracionalidad, ése dramatismo el que desemboca en una pasión y violencia que impregna todas las obras de los pintores románticos franceses, que se centran en temas reales, en una época en la que la caída del Imperio Napoleónico, deja una sensación de vacío y desesperación en el pueblo, y especialmente en los jóvenes, que desvanecen sus sueños de gloria, acentuándose el sentido dramático de la existencia.





















Es una época en la que se vuelve a la idea de arte como inspiración, que es ahora un proceso solitario de reflexión interior, acentuando también la individualidad, del propio ciudadano y del artista, profundizando en el problema de la relación de éste con la sociedad de su tiempo, dejando de ser un elemento omnipresente en ella, relación que se convierte en una constante polémica. Esa pasión que rige de alguna manera todos los aspectos de la vida, llena los cuadros históricos, que ya no quieren mostrar la heroicidad de los antiguos como reflejo de lo heroico de los gobernantes franceses actuales como ocurre en época neoclásica, sino que se pretende mostrar la verdad, hechos reales llenos de la pasión con la que se están viviendo. Así, los pintores románticos se rebelan contra la sobriedad neoclásica, poniéndose de parte del pueblo, denunciando los abusos a los que son sometidos y el terror que sienten hacia el futuro. Se ha abandonado el idealismo histórico neoclásico, la historia se ve ahora tal como es, tal y como la viven las personas, como una lucha política por la libertad, una lucha por la independencia nacional.

















La pintura romántica pretende ser expresión del sentimiento que se erige como único contacto posible entre el individuo y la naturaleza, por lo que sus mayores influencias vienen de Miguel Ángel y Caravaggio. Los nombres Théodore Géricault y Eugène Ferdinand Victor Delacroix designan a los dos representantes más destacados de la pintura neoclásica francesa. En la obra de ambos y en el uso recurrente de las técnicas barrocas y de los efectos marcadamente cromáticos de una concepción pictórica violenta y pasional, se refleja el concepto romanticismo. Estas nuevas características de la pintura que tanto difieren de su anterior etapa neoclásica pueden observarse claramente en las obras de Géricault, personaje claramente romántico por la rapidez con la que vivió, con una clara obsesión por la rapidez, y una muerte violenta, pasional y romántica. No existe en Gericault intención moralizante como en su predecesor neoclásico David, sino que presenta los hechos tal y como ocurrieron. Las actitudes son reales, pasionales, sentimientos humanos llevados al extremo: pasión, muerte, hambre y desesperación real.

















Delacroix, para el que los cambios políticos eran como fenómenos de la naturaleza que por imprevisibles liberan al hombre del apremio y de la monotonía de la vida cotidiana. La simultaneidad de la desnudez vulnerable de la alegoría del pueblo en una joven con los pechos al aire, y el horror desnudo de un cuerpo muerto representan el contraste entre lo bello y lo horrible. Quizá sea Delacroix el primer pintor político de la pintura moderna con sus componentes dramáticos, pasionales, desgarradores, románticos al fin. El romanticismo francés mantiene el canon clásico en las figuras, pero con una mayor libertad a la hora de prodigar colores y luz. En una época en la que los franceses se sentían políticamente desamparados y desilusionados tras la caída del imperio, se produce una reacción ante las normas neoclásicas con pasión y violencia que en pintura se tradujeron en escenas reales y dramáticas ajenas al mundo neoclásico.





















A mediados del siglo XVIII se fue gestando una ruptura entre las concepciones que existían de la naturaleza y la aparición de una visión nueva y moderna del paisaje. En el paisaje romántico se buscaba la expresión de los sentimientos, la impresión, al recrear un mundo ideal, fantástico, en el que poco importaba acercarse a la realidad objetiva. Desde el s.XVII, los pintores ingleses manifestaban una decidida preferencia por los paisajes, que en la teoría clasicista imperante ocupaban un rango inferior. El paisaje romántico nace con la fusión de las ideas de Rousseau y las ideas políticas de lo sublime de los artistas ingleses y curiosamente sus ideas arraigaron mejor al otro lado del Canal. Los románticos se dirigen a la naturaleza para intentar comprender el mundo y la naturaleza y el paisaje provocan emociones y sentimientos que los paisajistas quieren mostrar en sus obras, ya que les recuerda lo frágil de la existencia humana. Es ahí cuando el paisaje alcanza la forma que aún hoy conocemos, es decir, el paisaje como una construcción estética y filosófica que intenta expresar nuevos problemas y valores sociales.












En síntesis, surgía una nueva sensibilidad en la naturaleza, hasta entonces concebida como una máquina armónica y racional, que se convertía en un océano de inquietudes e incomprensión. En Inglaterra existían muchos pintores de acuarela y óleo apasionados, que se dedicaban casi exclusivamente a la representación de paisajes nacionales y de otros países, que incluían escenas urbanas o portuarias. Uno de los elementos esenciales de esa fascinación estética era la atmósfera especial que emanaba de un mismo paisaje en diferentes condiciones climáticas y de luz. El valor artístico del cuadro residía en el acierto con que reflejaba esa atmósfera.














La diferencia más notable con el paisaje neoclásico se da cuando éste pone sus miras en una vuelta a la Antigüedad, es decir, pretende reproducir el mundo incorrupto bucólico y melancólico de la naturaleza; en el paisaje romántico, como ya hemos dicho, todo viene dado por el sentimiento y las impresiones que la Naturaleza produce en el pintor. Los neoclásicos se basaban en un estudio minucioso de la naturaleza, y también así los románticos pero con otro fin bien distinto ya que el fin neoclásico es el de la persecución del ideal.















En la segunda década del siglo XIX, fueron especialmente los pintores William Turner y John Constable quienes aportaron importantes innovaciones a la técnica pictórica, a las cuales se remitirían más tarde los impresionistas. Constable (1776-1837) fue un gran observador de la naturaleza y su carrera estuvo condicionada por su amor al paisaje. Creó una teoría personal, donde dice que solo hay una manera correcta de pintar el paisaje y esa es conocerlo íntimamente. Pasaba horas sentado admirando el paisaje y cuando conocía cada detalle, se iba al estudio y lo pintaba. Esto supuso una revolución, de modo que después de Constable ningún pintor serio volvió a pintar paisajes sin tomarlo directamente del natural. Escogió los sencillos motivos de sus cuadros casi exclusivamente en el paisaje y las escenas de Suffolk, su región natal, o en los alrededores de Londres. Aunque en muchos aspectos Constable fue continuador de la pintura holandesa del s. XVII, el artista realizó un esencial avance, plasmando en sus obras la impresión cromática que le producían los objetos, con finas graduaciones y gran luminosidad, aún renunciando a los detalles exactos. Sus motivos carentes de dramatismo correspondían a esa valoración estética de lo simple y de lo comprensible para todos, que era el rasgo fundamental del arte del s.XIX. El espacio está formado por cosas y éstas son percibidas como manchas coloreadas que el pintor se encarga de plasmar utilizando una técnica rápida. Constable no se limita a captar la impresión del objeto que se queda en la mente sino que la utiliza para ligarla a la reacción emocional que provoca en el espectador; es el propio sentimiento individual el que confiere sentido a la obra.
















En Joseph Mallord William Turner (1775-1851). el contraste con Constable es radical ya que su pintura naturalista chocaba con los gustos de la Royal Academy (de hecho, se observan dos estilos en Constable, uno más académico y otro más libre) mientras que las vaporosas escenas de Turner satisfacían el gusto académico por lo heroico. Para Turner, es la intuición a priori de un espacio universal la que se concreta en la pintura y esta impresión se ofrece al espectador a través de motivos particulares. El espacio es infinito, de manera que las cosas quedan envueltas en torbellinos de agua y corrientes de luz que otorgan a su pintura un aspecto dramático fuera del control de la razón, aproximándose a los últimos paisajes y cuadros goyescos. Es el paisaje lo que provoca una reacción pasional y la naturaleza se concibe como un ambiente donde discurre la vida y se deja claro que ese ambiente puede ser hostil. Esta pintura destaca porque tanto la composición como el estilo constituyen una convincente forma de expresión de los aspectos provocantes, progresistas y audaces, pero también peligrosos, de las novedades técnicas.


viernes, 6 de febrero de 2009

El palacio y la Almudena...















Aqui, el skyline actual de la cornisa de la ciudad, desde el oeste...















Una variación de la vista de la cornisa, minimizando el impacto de la nueva edificación e incorporando una cúpula histórica de otra ciudad europea (Roma)...







El mismo perfil de la primera imagen, en visión nocturna con iluminación artificial...







El perfil anterior, disminuyendo la importancia de la basílica...













La imagen deconstruida de la basílica, al modo de una antigua acrópolis derruida...

En realidad, lo que me interesaba era valorar el soporte de la arquitectura sobre la escenificación de personajes (van perdiendo sentido y cobran otro significado con su paulatina desaparición). Lo de Haydn se me ocurrió después, cuando ya había terminado la manipulación del cuadro.


En el caso del palacio de Oriente, en realidad es una vuelta a los orígenes, pues lo que no era "histórico" era la situación de un tráfico intenso por la calle de Bailén delante de un palacio real. Casi todos los palacios del siglo XVIII tienen explanadas delante de su fachada principal que sirven para su puesta en valor escenográfica. Existe uno muy parecido al de Madrid que está en Caserta (también con un espléndido "campo" en la fachada posterior) obra de Vanvitelli. Sabatini fue nombrado arquitecto mayor del palacio - cargo en el que sucedió a Sacchetti- nada más llegar a España en 1760, y ejerció además una considerable influencia.

Palermitano de nacimiento, había estudiado en Roma con Ferdinando Fuga y el propio Luigi Vanvitelli y vino a España protegido por el general conde Gazzola, consejero de Carlos III y aficionado a las Bellas Artes. Vanvitelli, que había construido Caserta para el monarca en Nápoles y deseaba seguirle a su nuevo reino, sufrió un amargo desengaño al ver a su discípulo alcanzar tan envidiada posición, pero optó por no pelearse con él esperando siempre que el rey cumpliese su promesa de llamarle cuando Caserta estuviese acabado. Sin embargo, Sabatini remachó su posición casándose con una hija del maestro y llamando a España como ayudantes suyos a dos de sus hijos, Pedro y Francisco Vanvitelli, así como a uno de sus auxiliares en Caserta, Marcelo Fontón. De este modo se frustró otra vez la posibilidad de que uno de los grandes arquitectos italianos del XVIII desarrollase su obra en la Península. Sacchetti fue jubilado y murió cuatro años después viendo su Palacio ya acabado, pero alterado por el nuevo arquitecto.

Supongo que esa experiencia napolitana fue lo que condujo a que la realización del Palacio de Madrid fuera bastante dilatada, aunque imagino que aquellos Borbones jamás imaginaron una ciudad tan repleta de carruajes mecánicos como la que ahora aparece. En otros casos, esas extensiones se han rodeado luego de rejas (como en Buckingham) para preservar el efecto escenográfico. No parece ser, sin embargo, esa la tradición europea, con palacios que se asoman a plazas (o áreas despejadas) para mostrar su magnificencia ilustrada.

En el caso del la plaza de Oriente, a la que da nombre, tanto el nuevo aparcamiento, como la irrupción del adefesio de La Almudena han cambiado sustancialmente el perfil. El caso de la basílica es todavía más trágico pues ha cambiado el perfil de la ciudad con un bodrio de aspecto inclasificable, debido sin duda a la mano de Fernando Chueca y quienes lo apoyaron. Y la operación del parking es en mi opinión, también torpe, en especial en la zona de la plaza de la Armería y en el puente de la plaza de España. La cuestión es todavía más hiriente, pues Madrid tenía su propia catedral y San Francisco el Grande para completar la panorámica...y el palacio su propia capilla que adorna con su cabecera la fachada noroeste.

En cualquiera de los casos, la lección es la misma (que es lo que interesa para la tesis)...es la arquitectura y no otra cosa la que va conformando el paisaje y lo hace a través de sus elementos preponderantes, en este caso el propio palacio, de modo que podrían hacerse distintos ejercicios de exclusión-ficción:

1/ Volver a imaginar una panorámica originaria sin la mole de la Almudena y con la ladera de la calle de Segovia intacta (¿sin el viaducto?)...dejando ver la explanada principal de Oriente.

2/Otra cuestión curiosa sería suprimir la silueta del Palacio, dejando una terraza que diera al Campo del Moro, lo cual supondría una merma sustancial en la eficacia compositiva de la fachada...ese efecto puede imaginarse al contemplar algunos grabados y pinturas que muestran el viejo alcázar de los Austrias, mucho más pequeño y menos bello que el palacio borbónico.

3/ También se me ocurre incluir la silueta de otros edificios religiosos de distinta factura a la Almudena, aunque creo que el ejercicio sería inútil, pues la panorámica ya se encontraba "terminada" con el Palacio en oposición a San Francisco el Grande. Es curioso que el viaducto racionalista compusiera tan bien con ese paisaje dieciochesco, lo cual vuelve a demostrar que es la eficacia de la arquitectura la que determina la definición del paisaje (y su cualificación)

Curiosamente, cuando escribo estas líneas, escucho "la Creación" también de Franz Joseph Haydn, compuesta hacia 1797. Unos treinta años antes Sabatini había concluido el Palacio de Oriente.

jueves, 5 de febrero de 2009

De nuevo con Piero della Francesca...














Una de las obras más conocidas de Piero de la Francesca es la Flagellazione di Cristo, obra de reducidas dimensiones (59 x 81,5 cm) realizada entre 1444 y 1469. Conservada en Urbino en la Galería Nazionale delle Marche, ha sufrido distintos daños a lo largo a lo largo de su historia. La firma del autor se deduce de la inscripción situada en la base del trono de la izquierda en la que se lee: OPUS PETRI DE BURGO S[AN]C[T]I SEPULCR[I lo que atestigua la autoría del artista nacido en Borgo di San Sepolcro (Toscana).

Se puede considerar que la tabla está dividida en dos áreas rectangulares: desde la izquierda hasta la columna en la zona central, el área en la que se representa la flagelación y desde la columna hasta el extremo derecho, el área ocupada por tres personajes en primer plano: las dos áreas mantienen entre sí una relación áurea.

La luz proviene del expectador, es diáfana, e ilumina también el recuadro bajo el que está situado Cristo; la extraordinaria fuerza del arte de Piero se encuentra en la mestría con la que usa el color, que en él se transforma en luz, y en la forma, con la que alcanza un gran valor plástico. Gana en abstracción cuanto pierde en movimiento, dando a la representación una fijeza atemporal: la realidad del hecho particular coincide con la totalidad de la realidad, el tiempo coincide con el espacio y lo hace eterno. El resultado expresivo es la impersonalidad, la ausencia de emociones, la calma solemne en la digna severidad manifestada por los personajes representados. Es esa luz clara y fría la que inmoviliza a las figuras en una expresión impasible y silenciosa.















La interpretación tradicional ve en el grupo de los tres personajes situados a la derecha a Oddantonio II de Montefeltro, en el centro, el duque de Urbino asesinado el 22 de julio de 1444 por una conjuración urdida por los nobles de Urbino Serafini y Ricciarelli, que serían los dos personajes situados a ambos lados. Pero estos personajes laterales también podrían ser sus consejeros Manfredo dei Pio y Tommaso di Guido dell'Agnello, también responsables de su muerte a causa de su impopular política que llevó a la conjura; la muerte de Oddantonio, como víctima inocente, se asimilaría a la Pasión de Cristo. Esta interpretación se basa en elementos que no justifican el sentido complejo del cuadro, por lo que los estudiosos han tratado de hallar otras vía para descifrar lo que se definió como el "enigma de Piero della Francesca".

Otra interpretación tardía ve en el cuadro una celebración dinástica encargada por el duque Federico de Montefeltro, hermanastro y sucesor de Oddantonio: los tres personajes serían sus predecesores. En un manuscritto del Siglo XVIII del Duomo de Urbino, en el que se hallaba la pintura, la tabla está descrita de hecho como "La flagelación de Nuestro Señor Jesucristo, con las figuras y los retratos de los Duques Guidubaldo y Oddo d'Antonio".

Otra interpretación más ve en la figura del centro a un ángel con la iglesia latina y la ortodoxa a sus lados. La división entre ambas acerca de la cuestión teológica de la procedencia del Espíritu Santo solo del Padre, como sostienen los ortodoxos, o también del Hijo, como afirman los católicos romanos, produciría los sufrimientos del Cristianismo.















En 1951 el estudioso Kenneth Clark interpretó que el personaje barbudo era un sabio griego, y la pinturía haría alusión a las dificultades de la Iglesia y del Cristianismo tras la caída de Constantinopla en 1453 y a los proyectos de cruzada que se trataron en el Concilio de Mantua en 1459. Posteriormente, para Carlo Ginzburg la pintura representa la invitación que recibe Federico da Montefeltro para participar en la cruzada antiturca del cardenal Giovanni Bessarione y del humanista Giovanni Bacci, el joven rubio absorto en el centro es Bonconte II de Montefeltro, pupilo de Bessarione muerto a causa de la peste en 1458; de este modo las penas de Cristo se asimilan tanto a las de los griegos oprimidos por los turcos como a Buonconte.















Para Silvia Ronchey y otros estudiosos la tabla representa el mensaje político de Giovanni Bessarione, el delegado bizantino que abrió el Concilio de Ferrara y Florencia de 1438 - 1439, para conseguir la reunificación de las iglesias oriental y occidental. El Cristo flagelado representaría tanto a la lejana Bizancio por esa época sitiada por los musulmanes, como a toda la cristiandad, en sentido más amplio. A la izquierda, la figura con turbante que asiste a la escena, sería el sultán turco, mientras en Poncio Pilatos habría que identificar al emperador bizantino Juan VIII Paleólogo sentado, con calzado de color púrpura, símbolo imperial. Las tres figuras a la derecha representarían partiendo de la izquierda, a Bessarione, el hermano del emperador bizantino Tomás Paleólogo (descalzo porque aún no es emperador y por tanto no podía llevar el calzado rojo de su familia) y Nicolás III de Este, dirigente de la ciudad en la que se celebraba el concilio.

Cuando Piero pintó la tabla habían pasado 20 años desde los hechos del concilio y Bizancio había pasado a manos de los turcos (1453). El papa Pío II Piccolomini, a sugerencia de Bessarione, había propugnado una cruzada a cuya llamada respondieron muy pocos. En efecto, la tabla de Piero plasmaría exactamente el momento de las discusiones de esa segunda intervención, ocurrida históricamente con motivo del denominado Concilio de Mantua. Más allá del mensaje religioso representa un tema político actual en el ambiente romano en que probablemente la tabla fue pintada, como una especie de manifiesto de la reconciliación entre Roma y Bizancio, vinculándose a otras obras de la época.


Otro pie para las imágenes...

La Sinfonía nº 45 de Franz Joseph Haydn (1732-1809) es una de las obras más populares y fascinantes del autor. Compuesta en 1772 en pleno apogeo del Sturm und Drang la obra combina de manera magistral los registros de lo violento y de lo sensible.

La anécdota de la composición es bastante curiosa. El Príncipe Nicolás Esterhazy, patrón de Haydn, residía en la época estival en su Palacio de en el pueblo del que toma el título verano y durante el resto del año en Viena. Los sirvientes y los músicos empleados por el prícipe no podían traer sus familias a Esterhazy – a excepción de Haydn – y siemorte estaban deseosos de volver a Viena. Durante el verano de 1772, el príncipe Nicolás demoraba día a día el regreso a la capital y el personal estaba desesperado. Pidieron ayuda a Haydn y el músico decidió componer esta sinfonía.

La sinfonía está en la línea de sus sinfonías de esta época: una triste y lánguida tonalidad menor y contrastes extremos. Sin embargo, el final de esta sinfonía es único en la historia: después del explosivo allegro final, se presenta un inesperado adagio en el que poco a poco los músicos dejan de tocar, dejan el atril, hacen una reverencia y salen de la sala despidiéndose. Así van dejando todos de tocar hasta que la sala queda vacía.

La historia cuenta que en el estreno de la composición y cuando se iban ya los últimos dos violines el príncipe Nicolás dijo: “Bueno, si todos se van, igual nosotros también deberíamos irnos”. Al día siguiente partieron para Viena.

Mientras realizaba el trabajo sobre la “Flagelación” de Piero della Francesca, se me ocurría este paradigma, de modo que el fondo de la composición, que vendría a ser la sala (el espacio puro) toma su significación y su contenido mediante los ejecutantes que sin embargo, la abandonan poco a poco.

Al final, solo persiste un leve eco de la composición, un espacio en el que la arquitectura es la única protagonista del paisaje, que sin embargo parece llamar de nuevo a los ejecutantes para que vuelvan al atril...e cosí vía....

Solamente permanece (como el eco) esa cabeza del joven florentino, perdida en la mitad del huerto del fondo, que ahora se hace gigante al carecer de referencia de contexto, como si reclamara de nuevo a los moradores del cuadro para regresar al mismo a cumplir su misión, una misión evidentemente fugaz y perecedera.

lunes, 2 de febrero de 2009

Cuando el paisaje es sólo arquitectura...







Nadie se ha puesto de acuerdo sobre la autoría de esta tabla que se encuentra en la Galleria Nazionale delle Marche en Urbino que presenta una perspectiva urbana de soberbia composición protagonizada por un artista desconocido del Quattrocento. Piero della Francesca (Borgo di San Sepolcro, Toscana, 1416-17- id. 1492) se interesó mucho por estas cuestiones, tanto en la propia pintura, con los efectos de profundidad de la imagen como en los escritos que produjo en sus años finales. Dado que existen ciertas similitudes con los elementos arquitectónicos que el artista pintó en su Flagelación a mediados del s.XV, se ha atribuido a este maestro la autoría de la obra.















Se considera que entre 1448 y 1451 el pintor residiría en Ferrara ya que los artistas locales exhiben una gran dependencia de la pintura de Piero, aunque no se disponga de ninguna documentación relativa a esta estancia. Otro notable oriundo de Sansepolcro fue Fra Luca Paciolli (1445-1510) que junto a Leonardo da Vinci estudiará el carácter indispensable de la matemática y de la geometría para la creación del arte.















La composición está dominada en su centro por un edificio de planta circular de dos alturas que se sujeta por un muro resaltado con medias columnas; a ambos lados se sitúan diversos edificios que dota de perspectiva al conjunto cerrando la composición nuevas arquitecturas que define el horizonte de fuga. El despiece policromado del pavimento sirve para acentuar el efecto mientras que los podios sobre escalones del primer plano dotan a la composición de un carácter simétrico. La luz y las sombras propias y arrojadas de la obra, dotan a la composición de efectos que son también característicos del pintor de Sansepolcro.














Otro ilustre artista que también residió en Ferrara fue Giorgio de Chirico (Volos, Grecia, 1888- Roma, 1978) a partir de 1914. En 1906, tras la muerte del padre, la familia De Chirico se había trasladado a Alemania, donde Giorgio asistió a la Academia de Bellas Artes y entra en contacto con la cultura artística, literaria y filosófica del país. En 1908 vuelve a Italia para reunirse con su familia; en 1910 se traslada a Florencia y experimenta la influencia de Giotto y de la pintura primitiva toscana, iniciando un estilo rico en perspectivas y en imágenes arquitectónicas. En el verano de 1911 se marcha con su madre a París, donde vive su hermano Alberto, y allí comienza su verdadera carrera artística en contacto con la vanguardia artístico-cultural francesa. En 1913 exhibe otras tres obras en el Salón de los Independientes de París. Su arte despierta la atención de Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire, gracias a los cuales De Chirico entabla amistad con Brancusi, Braque, Jacob, Soffici, Léger y Derain.




















Estalla la Primera Guerra Mundial y los dos hermanos De Chirico vuelven a Italia. Giorgio es movilizado, sufre una crisis nerviosa y se le destina al Hospital de Ferrara, donde realiza una tarea burocrática por considerárselo inepto para el servicio. Sigue cultivando una estrecha relación con el ambiente parisino y entra en contacto con el movimiento Dadá. En Ferrara pinta distintos cuadros y conoce a Filippo De Pisis, iniciando también una correspondencia con Carlo Carrà, a quien conocerá durante su estancia en un hospital militar. Nace así la "pintura metafísica", teorizada poco tiempo después en la revista Valori Plastici. En 1918 De Chirico obtiene el traslado a Roma. En 1919 realiza su primera exposición individual y publica el manifiesto Noi metafisici. En ese momento comienza para De Chirico un periodo rico de exposiciones en toda Europa, sobre todo en Francia.




















La pintura de De Chirico es apreciada por todos los maestros dadaístas y surrealistas, pero también por los artistas alemanes de la Bauhaus. En 1928 presenta su primera muestra individual en Nueva York, en la Galería Valentine, y poco después expone en Londres. En estos años, además de la pintura, cultiva también la escritura y diseña escenografías para espectáculos teatrales y ballets. Pocos meses después de cumplir noventa años, el 20 de noviembre de 1978, Giorgio De Chirico muere en Roma. Sus restos descansan en la Iglesia Monumental de San Francisco a Ripa en Roma.




















La deconstrucción de la pintura de Chirico produce un efecto sorprendente, ya que el paisaje en su pintura es una pura anécdota, pues es la propia arquitectura la que lo organiza. De ese modo, puede verse que la supresión de los elementos arquitectónicos en su pintura produce un efecto semejante al que veíamos al suprimir las figuras en los retratos de los Duques de Urbino. De un paisaje con significación se pasa a otro típicamente mesetario en el que sólo figura en el horizonte un improbable volcán en erupción...

En cualquier caso es evidente que Chirico tomó de los maestros del Quattrocento su primera materia para la elaboración de su pintura “metafísica” que está evidentemente inspirada en los principios clásicos e idealistas de Piero della Francesca o su paisano Paciolli.