domingo, 22 de noviembre de 2009

Atlantes y Cariátides.


















En la mitología griega, Atlas o Atlante era un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros con los pilares que mantenían la tierra separada de los cielos. Fue el padre de las Hespérides, las Híades, Calipso y las Pléyades. La etimología del nombre Atlas es incierta y sigue discutiéndose: algunos lo derivan de la raíz protoindoeuropea *tel, ‘sostener’, ‘soportar’, mien-tras otros sugieren que es un nombre preindoeuropeo. Dado que las montañas Atlas están en una región habitada por bereberes, podría ser que el nombre latino tal como lo conocemos fuese tomado del bereber. De hecho, el sol es llamado a menudo ‘el ojo del cielo’ (Tit), y dado que se pone por el oeste, el océano Atlántico puede ser llamado ‘el lugar de ocultación del sol’ o Antal n Tit. Los griegos podrían haber tomado prestado este nombre para el océano, y usado más tarde su raíz atl- para formar el nombre «Atlas».


















Atlas fue el jefe de los Titanes en la guerra contra los olímpicos. Cuando fueron derrotados, Zeus le castigó a cargar con el peso de llevar los cielos sobre sus hombros. Se contaba que Atlas, a pesar de su superior fuerza, gemía al sujetar la bóveda celeste. También se decía que Atlas reinó en Arcadia hasta ser sucedido por Deimas, hijo de Dárdano, un rey que fundó la casa real de Troya y que dio nombre al estrecho de los Dardanelos. También se dice que gobernó el noroeste de África, donde tenía entre otras riquezas un árbol de hojas y frutas doradas. A este reino habría ido Perseo tras haber matado a Medusa, donde se presentó como hijo de Zeus y pidió hospitalidad a Atlas. Pero éste, que había rodeado su huerto con murallas y puesto un dra-gón a vigilar su árbol dorado, amenazó a Perseo, aconsejándole que se fuera. Entonces Perseo sostuvo la cabeza de Medusa ante los ojos de Atlas, convirtiéndole en una enorme piedra a la que se llamó cordillera del Atlas. Se decía de estas montañas que eran tan altas que tocaban el cielo, aunque sus árboles eran tan densos que impedían subirlas. Otras versiones cuentan que Heracles, engañó a Atlas para que recuperase algunas manzanas de oro del jardín de las Hespé-rides como parte de los doce trabajos encargados al héroe por el rey Euristeo de Micenas. Para lograrlo, Heracles se ofreció a sujetar el cielo mientras Atlas iba a buscarlas. Pero al volver, Atlas no quiso aceptar la devolución de los cielos, y dijo que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo. Heracles le engañó de nuevo, pidiéndole que sujetase el cielo un momento para que pudiera ponerse su capa como almohadilla sobre los hombros, a lo que éste accedió. Entonces Heracles tomó las manzanas y se marchó. A partir de ahí, se pensó que como un atlante sujetaba el cielo, también podía sujetar algún edificio que desde luego pesaba algo menos.


















En otra versión, Diodoro Sículo afirmaba que Atlas o Atlante era un mítico rey de Mauritania, en Libia. Se decía que era un sabio filósofo y matemático y un extraordinario astrólogo, descu-bridor de la esfericidad de las estrellas y artífice del primer globo celeste. Ésta sería la razón por la que terminaría convirtiéndose un personaje fantástico que llevaría el firmamento completo sobre sus hombros. Aunque desde mediados del siglo XVI es frecuente mostrar al titán Atlas en los atlas cartográficos, no fue a éste sino al rey libio a quien el geógrafo Gerardus Mercator rindió tributo cuando usó por primera vez el nombre «atlas» para describir un libro de mapas, al incluir una representación suya en la página-título de su libro Atlas, Sive Cosmographicae Me-ditationes De Fabrica Mundi publicado póstumamente en 1595. Un atlante es hoy alguien que es firme sostén y ayuda de algo pesado o difícil. Dentro del campo de la arquitectura, se llama “atlante” a las figuras de hombres que, en lugar de columnas, se ponen en el denominado “orden atlántico” y sustentan sobre sus hombros o cabeza el arquitrabe de dicho orden. Atlas sigue siendo un icono frecuentemente usado en la cultura y publicidad occidentales como símbolo de fuerza o resistencia estoica. En estas representaciones contemporáneas, se le suele mostrar aga-chado con una rodilla en el suelo mientras sujeta un enorme globo terráqueo sobre sus hombros y espalda, imagen que no se corresponde a la antigua concepción griega del titán que sujetaba el cielo.












De origen menos noble y mitológico, una cariátide es una figura femenina esculpida con función de columna que sirve de apoyo al arquitrabe del entablamento. La cariátide pertenece al orden jónico, y el más típico de los ejemplos es la famosa tribuna de las Cariátides en el Erec-teion, uno de los templos de la Acrópolis de Atenas. El nombre proviene de la ciudad de Caria en Lacedemonia, un territorio que forma parte del Peloponeso cuya ciudad más importante fue Esparta. Se dice que, siendo esta ciudad aliada de los persas durante las Guerras Médicas, sus habitantes fueron exterminados por los otros griegos y sus mujeres fueron convertidas en esclavas, y condenadas a llevar las más pesadas cargas. De ese modo, se las esculpe en lugar de columnas, para que estén condenadas durante toda la eternidad a aguantar el peso del templo. En 1550, Jean Goujon, arquitecto y escultor del rey Enrique II de Francia talló unas cariátides en el palacio del Louvre que sostienen la plataforma de los músicos en la sala de los guardias suizos y que actualmente se llama de las Cariátides. Sin embargo, Goujon sólo había conocido las cariá-tides del Erecteion mediante inscripciones y nunca había visto las originales. Sin embargo, no existieron o no se han conservado otros ejemplos de templos griegos que usen las cariátides como elemento sustentador.


















Sin embargo durante el Renacimiento y el Barroco, estos elementos antropomorfos vuelven a recuperarse y sus uso se incluye en el repertorio formal arquitectónico. Desde su papel de figura hierática en la Antigüedad, la historia va convirtiendo a la cariátide en algo mucho más sugeren-te con figuras que lucen drapeados ajustados y poses desenfadadas. Ahora no solamente tiene que trabajar como en la antigüedad, sino que también tiene que estar buena. Buen ejemplo de ello son las denominadas fuentes Wallace, un tipo de fuente pública, originaria de París. Hacia 1870, la ciudad vivía una época difícil, alimentada por la guerra franco-prusiana y el episodio de la Comuna que afectaron al orden y a la estabilidad de la capital. A pesar de todo la ciudad es reconstruida con rapidez gracias, en parte, a las actuaciones filantrópicas de la burguesía de la época. Uno de estos filántropos fue Richard Wallace. Heredero de un gran fortuna decidió po-nerla al servicio de la ciudad lo que le valió una gran popularidad. Las fuentes surgen por el aumento del precio del agua, lo que impedía a las clases más desfavorecidas acceder a ella. Wa-llace no solo pretendía solventar un problema de salud pública sino que buscaba hacerlo de la forma más artística posible de tal forma que las fuentes sirvieran también como elemento ornamental. Richard Wallace diseñó varios modelos de sus fuentes partiendo de cuatro ideas: en primer lugar debían poseer unas dimensiones suficientes para ser vistas de lejos pero sin romper la armonía del paisaje urbano. Debían igualmente combinar utilidad y estética utilizándose un material resistente y de fácil mantenimiento. Todo ello con un precio razonable que permitiera instalar un gran numero de ejemplares. El ayuntamiento de París decidió el color, un verde oscuro similar al que ya lucia el resto del mobiliario urbano de la época.


















El material finalmente elegido fue la fundición de hierro, un material económico, fácil de trabajar, robusto y de uso corriente. El escultor Charles-Auguste Lebourg fue el encargado de plasmar artísticamente el proyecto de Wallace, disponiendo fuentes con cariátides en el modelo grande. Este modelo, de casi tres metros de altura y más de media tonelada de peso fue el más habitual y por ello el más conocido. Inspirado en la también parisina Fuente de los Inocentes, tenía una base octogonal sobre la que reposan la figura de cuatro cariátides que sujetan con ambas manos y sus cabezas una cúpula adornada con un pico y delfines. Aunque puedan parecer idénticas, al igual que las cariátides del Erecteion las de Wallace tienen algún detalle que las diferencia de las demás. Representan la bondad, la simplicidad, la caridad y la sobriedad. Simplicidad y Sobriedad tienen los ojos cerrados mientras que Bondad y Caridad los tienen abiertos, mire usted por dónde. Las cariátides representan además las cuatro estaciones: Simplicidad la primavera, Caridad el verano, Sobriedad el otoño y Bondad el invierno. El agua se distribuía por goteo desde el centro de la cúpula y caía en un vaso central protegido. Para facilitar el consumo del agua contaba con unos recipientes metálicos unidos a la fuente por una pequeña cadena que en 1952 fueron suprimidos por razones higiénicas.

sábado, 1 de agosto de 2009

Paisaje y pasaje













Una flor que despunta
y asoma en Salamina
por la muerte de Áyax;

esos antros oscuros

que señalan, obscenos,
los refugios de Pan,

de las ninfas procaces:

Menelao y su plátano,
plantado, frente a Esparta,

en su viaje hacia Troya,

y también la garganta;

del Ladón que desciende

a través de los montes

de su Arcadia primera

a la propia llanura;

el Asopo que hermana,

en cañadas profundas,

los caminos de vuelta

en sutiles viñedos;

las montañas azules,

en umbrosos senderos

a orillas del Egeo,

robledales y selvas,

de la propia Beocia;

por la tierra de Grecia,

entre cultos solemnes,
la sede de los hombres,

sus clásicas ruinas

con su carga y nostalgia;

esa Tebas desierta,

los restos de su plaza,

ciudadanos de Eubea,

reducidos a pastos

y el gymnasium antiguo,

convertido, a su costa,

en un campo lozano.

lunes, 18 de mayo de 2009

¿Sólo playa...?










Las zonas costeras han sido, a lo largo de la historia, zonas de vital relevancia para los asentamientos urbanos, principalmente cuando de su situación dependía un gran porcentaje de sus actividades económicas. En otros casos, las costas se encontraban despobladas y los asentamientos se situaban en el interior por distintas circunstancias que tenían que ver, tanto con la economía de sus habitantes como de distintos factores defensivos. El arco mediterráneo presenta, sin embargo, características peculiares: en el caso de España se da la paradoja que el 44% de la población vive en municipios costeros que apenas representan el 7% del territorio.
















Por otro lado, la masiva afluencia de turistas que eligen la costa para sus vacaciones y las actividades económicas que produce su uso masivo uso ha producido que algunos ecosistemas y habitats se hayan degradado a gran velocidad. Esta presión sobre la franja ha originado en algunos puntos la percepción generalizada de que se asiste al desbordamiento de su capacidad, como también al declive de los modelos de uso tradicionales, unida a la paulatina degradación de sus valores naturales.















Esta presión es especialmente relevante en las playas de algunos países del arco mediterráneo donde más de la mitad de las mismas están en entornos ya urbanizados y el 50% de su longitud requieren actuaciones para alcanzar un estado satisfactorio. Se hace evidente que el modelo de uso y gestión de la costa llevado a cabo en las últimas décadas no es sostenible. También es evidente que el reto no es posible afrontarlo desde una perspectiva local o autónoma en particular. Por otro lado, el modelo municipal de generar ingresos dependientes de la concesión de licencias de construcción parece también haber llegado a su fin: llega el momento de la colaboración entre las diferentes administraciones y sectores sociales para hallar la manera de gestionar la zona costera protegiendo sus valores y evitando su definitiva (y previsible) degradación total.















El pleno del Parlamento Europeo ha aprobado recientemente un informe no vinculante de la europarlamentaria danesa Margrete Auken en el que se denuncia que en España se ha generado una forma endémica de corrupción en la urbanización de costas, responsabilizando a todos los niveles de la administración de la implantación de un modelo de desarrollo insostenible. La propia Ley de Costas española de 1988 ha tenido una aplicación caótica y arbitraria. Ignorada durante muchos años, no evitó la urbanización masiva e ilegal ni la destrucción del medio natural en muchos kilómetros de costa y tampoco preservó de la especulación los intereses comunes de los ciudadanos. Ahora su aplicación, con carácter retroactivo, está dañando los intereses de muchos particulares que compraron viviendas construidas anteriormente.














La idea que se tiene con relación a esa política es que no se ha aplicado durante muchos años frente a la destrucción del paisaje, y tampoco en defensa de espacios naturales de interés común y ahora se está aplicando con contundencia desigual. Se arrasan viviendas tradicionales en poblados marineros (en muchos pueblos costeros la construcción tradicional es a línea de mar), mientras se mantienen urbanizaciones, hoteles, chalets, o instalaciones industriales que incumplen dicha ley. Esa circunstancia responde, sin duda al modelo de ingreso típico de los municipios costeros, más pendientes del cobro de nuevas licencias o permisos de construcción que de mantener el equilibrio del paisaje, que es lo que realmente proporcionará, a largo plazo, la prosperidad del entorno. A esta cuestión responde también la irracionalidad de la construcción de miles de segundas residencias privadas, cuya ocupación es de sólo de unos pocos meses al año, con el consiguiente gasto en infraestructuras que tardan mucho tiempo en ser amortizadas.















El modelo vacacional escalonado generaría un uso público de infraestructuras vacacionales asequible a todos a lo largo del año. Sin embargo, el modelo llevado a cabo desde los años setenta produce una costa deteriorada, plagada de construcciones impropias, con un uso abusivo de agua, una economía estacional y una oferta de trabajo precaria y discontinua. Eso quiere decir que las reformas de este sistema conducen a un trabajo a muy largo plazo, con el cambio de modelo consiguiente, y en cualquier caso suprimiendo los meses estivales como prácticamente inhábiles en algunas administraciones obsoletas.














La costa es un área que alberga espacios de gran valor ecológico, cultural, social y económico. Por este motivo la franja costera ha constituido desde la antigüedad un foco de atracción, si bien es hoy en día cuando los efectos de dicha presencia humana son significativamente notables. En ese sentido, dado que en la actualidad es el uso lúdico el principal factor de atracción, son las costas mediterráneas y archipiélagos las que más han notado dichos efectos. Pero mas allá de situaciones concretas, lo que realmente debe centrar el debate de sostenibilidad es la situación y tendencia evolutiva de la superficie de área urbanizada, o la velocidad de ocupación de paisajes no construidos con nueva urbanización, pues estos son los factores a tener en cuenta a la hora de establecer una gestión futura.















También es significativa la transformación del litoral, bien por la construcción de puertos, o bien por la necesidad de proteger los servicios adyacentes a la línea de costa parte del frente costero haya perdido ya su configuración natural y se ha transformado en un frente “artificial”. Se puede afirmar, por consiguiente, que los modelos de crecimiento urbanístico y de gestión turística del litoral de las últimas décadas, y muy en particular los del arco mediterráneo y archipiélagos, en el caso español, se han basado en estrategias de desarrollo que han primado el volumen. Esto ha acabado generando en muchas zonas espacios lúdicos de características cada vez más urbanas, densificados y poco diferenciados, que comienzan a entrar en contradicción con las nuevas tendencias de la demanda turística.















También es un hecho constatado que la ocupación de los espacios naturales o la alteración de la dinámica litoral debido al elevado grado de intervención en la franja costera genera desequilibrios con consecuencias medioambientales, económicas y sociales. Dentro de estos últimos cabe destacar la presencia de innumerables puertos, diques, espigones, muros de contención etc. que suponen interrupciones y discontinuidades graves para la dinámica litoral, con acumulaciones excesivas o fuertes erosiones, que generan pérdidas y aumentan el riesgo de inundación de zonas del litoral.














Cambiar la tendencia actual de degradación por una de recuperación medioambiental y cultural de la franja costera requiere, por tanto, una visión de futuro fundamentada en la toma de conciencia de los fenómenos reales y sus causas. Para eso, se debe renunciar a los tópicos al uso (incluyendo algunas actuaciones maximalistas que se están llevando a cabo amparándose en la legislación vigente) y proceder a un nuevo análisis y reinterpretación del paisaje que incluya las zonas urbanas de la propia costa, pues existen modelos sostenibles que han verificado a lo largo de la historia su indudable eficacia.

Como hace tiempo que no publicamos ninguna encuesta, a la derecha le exponemos una. por si se anima...

miércoles, 13 de mayo de 2009

Ciudad y campo (...o playa)




















Aparentemente, la separación formal entre ciudad y campo se rompe a partir de la Revolución Francesa y las transformaciones económicas y tecnológicas posteriores han ido integrando física y funcionalmente el espacio de modo que, hoy en día, las actividades y las formas de vida urbanas se han esparcido sobre la totalidad del territorio que se ha convertido en una ciudad sin confines. No obstante, ese espacio ilimitado está lleno de límites desde el punto de vista social y administrativo y la extensión de la ciudad sobre el territorio no ha hecho desaparecer las viejas divisiones del espacio sino que simplemente ha transformado su carácter y expresión. La ciudad sin confines es al mismo tiempo una ciudad confinada. En vísperas de ese estallido revolucionario que transformaría la historia y la cultura de los siglos siguientes, la ciudad todavía se definía como un conjunto de casas, edificios y plazas articuladas por calles y cerradas por una cerca común. Un recinto cerrado por murallas que contenía barrios diversos de carácter más o menos diferenciado: la idea se había venido forjando desde los tiempos altomedievales y llegó a su culminación (jamás encontrada, por cierto) en las ciudades ideales que propugnaban los teóricos y artistas del Renacimiento. Ciudad y campo eran realidades separadas, pero próximas, y esa dualidad les permitía mantener un diálogo permanente que se mantenía en constante transformación.














La población urbana que marcaba el ritmo e iba organizando su espacio, estaba influida por un entorno artificializado, construido, eminentemente cultural, que se imponía sobre los ciclos de la naturaleza limitando en parte su importancia; pero esas jóvenes ciudades eran producto del proceso de crecimiento de la población; eran aún pequeñas y quedaba aún en ellas mucho del pueblo original pues estaba muy próxima la abierta e interminable extensión del campo como elemento dominante del paisaje. Por esa razón sus rasgos sociales tendían a ser más homogéneos y en lo personal existía un comportamiento más participativo de cada habitante que conservaba un sentido de pertenencia que contrarrestaba otras diferencias sociales. El campo necesitaba de la ciudad como una evidencia cotidiana: a la ciudad llegaba el campesino para comprar y vender, para adquirir bienes para su propia subsistencia o trabajo, para realizar trámites o consultas a profesionales; más adelante, para concretar operaciones bancarias; contratar personal, buscar transportes, utilizar servicios culturales, educativos, sanitarios o para disfrutar de su tiempo libre. Cuando una crisis afectaba al campo, repercutía en la dinámica urbana y gradualmente afectaba a todos ya que el binomio ciudad-campo conformaba una comunidad que funcionaba como un sistema complejo; lo que perjudicaba a alguno de los subsistemas terminaba afectando al otro.














Resulta curioso que el acto más significativo y celebrado de la Revolución Francesa sea el asalto de la fortaleza prisión de La Bastilla parisina (en la que, por cierto, a la sazón solamente quedaba un prisionero en su interior) y la demolición subsiguiente y subasta de sus restos como material de construcción. Pero el fenómeno no para ahí y prosigue con la demolición de las antiguas murallas, las puertas y las barreras de control que separaban la ciudad del campo, pues esos elementos representaban para los ciudadanos los antiguos símbolos del poder real (o feudal, en ocasiones) de modo que la supresión de esos elementos de la historia se veía como un elemento más del progreso social. La ciudad de los ciudadanos, que no ya de los súbditos, empezó entonces una transformación radical y progresivamente acelerada, de forma que para finales del siglo XIX eran ya pocas las ciudades que habían mantenido sus puertas y elementos defensivos, ya inútiles por otra parte ante los avances de la técnica militar. También resulta paradójico que la siguiente frustrada revolución francesa de la Comuna de 1871, se libre, no ya ante murallas o castillos sino en barricadas dentro de lo que quedaba de las calles del viejo Paris, y también que las siguientes reformas urbanísticas del barón Haussman, que crea los modernos bulevares no tenga otro objetivo que permitir el paso de una pieza de artillería del calibre adecuado para poder derribar las frágiles barricadas erigidas por eventuales elementos revolucionarios.
















Antes de esa época era impensable librar una batalla urbana de ese tipo, pues las murallas las evitaban; son raros los casos de ciudades que antes de esos tiempos fueran tomadas al asalto: lo normal era sitiarlas y rendirlas por falta de suministros, sin que normalmente se produjeran desórdenes o saqueos ante la rendición. Las consideraciones prácticas, unidas al recuerdo de los antiguos horrores, pero también la tecnología de fortificación de pólvora cuyo máximo exponente fuera el ingeniero real Vauban habían producido ese equilibrio. La supresión de esos elementos defensivos por los propios habitantes de las ciudades animados por la revolución burguesa producirá, a la larga, un sometimiento del campo a la dominación de la ciudad, con la desaparición de ese equilibrio delimitador que, como el fiel de una balanza, establecía las diferencias entre campesinos y burgueses, con históricos beneficios para ambos.















El nuevo modelo de producción industrial procura el resto de la transformación, y si bien a mediados del s. XIX las ciudades son todavía claramente diferenciables en su morfología, la progresiva mecanización de la agricultura y la implantación de la industria sobre el territorio hace que la realidad del campo y la de la ciudad se conecten para formar espacios en los que predominan actividades y formas de vida que se asimilan torpemente a las antiguas formas urbanas, pero sin que exista una separación clara entre ambas. Las nuevas zonas suburbiales (etimológicamente “bajo la ciudad”) de carácter industrial se pueblan bien con emigración rural o bien con ciudadanos de bajas rentas que deben abandonar los nuevos centros de la nueva ciudad. La realidad urbana refleja ahora la disolución de los conceptos tradicionales de campo y ciudad y el resultado final de esa transformación convierte a cada pueblo en parte de la gran telaraña, en la cual la distinción está ya basada en la nueva estructura económica.











Así, el centro de la ciudad será el núcleo donde tradicionalmente se han concentrado las funciones de jerarquía, en donde se encuentran los principales monumentos simbólicos y donde se genera en buena parte la imagen de lo que empieza a ser el principio de una metrópoli. Curiosamente ese centro no es siempre permanente, y en ocasiones se desplaza de acuerdo con la estructura poblacional y, desde luego, con las condiciones de negocio, pues esa será, precisamente, la condición central de la nueva ciudad: no se trata ya de que las formas de vida urbana o las relaciones funcionales crucen claramente los limites administrativos sino que en muchos casos es el mismo espacio construido lo que se extiende sobre diversas unidades administrativas y eso produce una continuidad del fenómeno urbano por encima de las demarcaciones jurídicas o administrativas.




















La incapacidad de esta estructura para abarcar la complejidad del fenómeno produce que la ciudad integre eventualmente espacios construidos que no tienen continuidad física entre ellos y a menudo se encuentran incluso a gran distancia, y por otra parte la creciente reivindicación por parte de los ciudadanos de espacios abiertos como una antigua añoranza del campo perdido. Para explicar la situación, baste el ejemplo del ajardinamiento de las antiguas plazas mayores de algunas ciudades, pensadas inicialmente para ferias, celebraciones o espectáculos públicos, con arbolado o jardines exóticos, tan frecuente durante el último cuarto del siglo XIX, y las posteriores protestas del vecindario cuando, mucho después, la autoridad municipal ha vuelto a poner las cosas más o menos como estaban antiguamente (aunque el motivo real fuese en ocasiones la creación de aparcamientos para vehículos). Sin embargo, la creación de nuevos parques, la protección de espacios fluviales o la implantación de reservas de suelo como elementos estructurales de las nuevas áreas de la metrópoli sólo ha sido tomada en cuenta de forma muy tardía. Otro tanto puede decirse en la creación de servicios que cubran las necesidades de ampliación de esos conjuntos: existe un ejemplo reciente en un pueblo de la provincia de Toledo en el que se ha creado una ciudad para catorce mil habitantes sin un solo servicio público con la aquiescencia de las autoridades correspondientes. Hoy en día, las áreas funcionales se basan fundamentalmente en redes de relaciones en las que la movilidad de las personas, el movimiento de las mercancías y los flujos de información generan redes sobre el territorio urbano integrando espacios que no tienen a menudo continuidad física. Pero sin embargo esta definición tiene como problema que cada función urbana tiene un espacio propio que también es variable a lo largo del tiempo lo que acarrea que las delimitaciones sean necesariamente restrictivas al tomar en cuenta una sola función.















La ruralidad se ha asociado a la presencia de un alto porcentaje de población activa en el sector primario, unido a la existencia de bajas rentas, la dificultad para acceder a determinados servicios y la persistencia de hábitos y estructuras familiares anticuados. Sin embargo, una aproximación más rica y sutil a la hora de tratar de definir la ciudad desde una perspectiva económica es su consideración como artefacto productivo complejo gracias a la acumulación de actividades que le permite aumentar la eficiencia y reducir así los costes. Más que tratar de definir la ciudad en abstracto, lo importante es entender su proceso de urbanización. De ese modo, el problema urbano no consistiría en estudiar unas entidades casi naturales, bien se llamen ciudades, suburbios, zonas rurales u otras denominaciones, sino más bien el estudio de los procesos sociales que producen realidades espacio-temporales nuevos y diferentes. Sin embargo, el concepto de ciudad puede ser útil ciertamente como instrumento para el análisis histórico, es decir, para el estudio de estructuras preexistentes cuyo legado condiciona y mediatiza las transformaciones hoy en curso. La utilidad del concepto de “ciudad difusa” es, precisamente, la de definir un momento particular en este proceso histórico: aquel en el que las redes de relación abarcan ya la totalidad del territorio y hacen ciudad de todo él.


















Esta ciudad poco delimitable y sin confines es, sin embargo, una ciudad confinada desde otros puntos de vista: en primer lugar, sociales y funcionales y, en segundo lugar, políticos y administrativos. El paso del crecimiento intensivo al desarrollo extensivo del espacio urbano no se traduce necesariamente en una mayor igualdad de oportunidades para los ciudadanos a la hora de acceder a la renta, los equipamientos y los servicios, aunque el proceso de difusión de la ciudad sobre el territorio pueda tener en este campo efectos que resultan sin duda positivos en forma de una homogeneización relativa en las dotaciones. Ahora bien, esto no afecta por igual a todas las actividades económicas y son distintos los comportamientos de los sectores de alto y bajo valor añadido. Así, el territorio de esa ciudad difusa, además de conocer nuevas formas de segregación social, presenta nuevos tipos de especialización funcional. En este contexto, la fragmentación del espacio en un gran números de niveles y unidades administrativas es, al mismo tiempo, causa y reflejo de las división económica y social del territorio.


















La creciente complejidad de la gestión de los servicios y equipamientos urbanos ha conllevado en muchos lugares la creación de estructuras administrativas sectoriales que se ha favorecido conscientemente, para aplicar determinadas políticas e imposibilitar otras en base a la fragmentación administrativa de los ámbitos metropolitanos. Empresas y corporaciones se pueden valer de la fragmentación administrativa para conseguir de unas autoridades locales en competencia entre sí mejores servicios a cambio de impuestos más bajos sin que la capacidad de éstas para captar el retorno a favor de la comunidad local resulte siempre evidente. Si la producción consigue transferir algunos costes hacia el presupuesto local escapando a los impuestos puede ampliar con éxito sus beneficios a expensas de los asalariados. Esto tiene la apariencia de una pugna sobre los recursos para el consumo y no sobre los retornos de la producción, pero es esencialmente el mismo conflicto. Las muestras de cómo la fragmentación administrativa favorece las divisiones sociales en una ciudad difusa podrían alargarse más con los problemas que plantea para un planteamiento urbanístico integrado y también con las dificultades de políticas sociales redistribuidas en un mismo espacio urbano. La especialización funcional, la segregación social y la fragmentación administrativa se alimentan mutuamente para levantar y reforzar un laberinto de confines en la ciudad sin confines, hasta hacer que esa ciudad se vuelva ingobernable.












La indefinición de los límites de los espacios metropolitanos y la proliferación de divisiones administrativas en su interior contribuyen poderosamente, como hemos visto, a las tendencias espontáneas de diferenciación social de los espacios urbanos. Otros costes son aún los que se derivan de la pérdida de eficiencia administrativa y legitimidad democrática de unos entes locales que se corresponden cada vez menos con el espacio de vida de los ciudadanos. Así, administrativamente fragmentada, la ciudad difusa es no sólo la red de relaciones de la que se ha hablado, sino también una trampa para capturar a los más débiles mientras permite escapar a los poderosos. Faltas de un diseño apropiado, democráticamente definido por los ciudadanos y aplicado de acuerdo con intereses mayoritarios, los espacios urbanos no serán ya ciudades. Serán, más bien, mosaicos de parcelas social y funcionalmente especializadas, yuxtapuestas sin otro principio ordenador que el de la renta y el privilegio social. El desarrollo reciente de algunas de las grandes áreas urbanas provee indicios respecto hada dónde puede conducir, en una sociedad avanzada, un desarrollo urbano de este tipo, sometido de forma abrumadora al dictado de los intereses privados.














La transformación física del espacio es un factor importante en este proyecto de mejora, ya que, como se ha visto, la configuración del territorio es al mismo tiempo elemento resultante y elemento condicionante de los procesos sociales que en él tienen lugar, es decir, que en ese espacio las formas creadas se vuelven creadoras. Pero además de actuar sobre la forma urbana se deberá intervenir también en otros campos decisivos, y, en particular, sobre la organización de la producción y el consumo. Uno de los principales requisitos para dotarse de un proyecto de este tipo es adaptar las estructuras políticas y administrativas a los requerimientos de las nuevas dinámicas territoriales.




















A gran escala, el reto principal es dotar los espacios urbanos de mecanismos de gobierno que, sin destruir las identidades locales, ni anular la riqueza que se deriva de ellas, permita planificar y gestionar unidades significativas del territorio como regiones metropolitanas enteras. Y para establecer esos mecanismos se debe proceder necesariamente a delimitar espacios urbanos. Esta delimitación no debe tratar de recrear las desaparecidas barreras entre ciudad y campo. Se ha visto cómo, a lo largo de la historia la ciudad existió en tanto que existía una ausencia de ciudad que la rodeaba, creada quizá por ella misma con tanta o más precisión que la ciudad central, la ciudad periférica, el suburbio, el borde urbano, el alfoz árabe, o el espacio suburbano extramuros. La línea que separa estos dos espacios señalando el hasta dónde y desde dónde, resume mejor que ningún otro elemento la idea de ciudad deseada, al excluir o rechazar de forma expresa lo que en cada momento se considera como lo que no pertenece a la ciudad.




















En estos tiempos de la ciudad difusa y cuando las dinámicas urbanas integran todo el territorio, los limites administrativos deben separar los espacios urbanos centrífugos en los que el sustrato histórico, las dinámicas sociales y la escala de las intervenciones aconsejen dotar, y estos no serán el resultado de ninguna evidencia geométrica o territorial concreta, sino de las propias ideas de los ciudadanos. Y siendo la ideología el vehículo espontáneo del pensamiento y de buena parte de las reacciones que se observan, debe someterse a reflexión, si se quiere modificar la estructura territorial. Para hacer frente a los retos planteados por el desarrollo de la ciudad difusa hace falta un proyecto colectivo, y este proyecto ha de incorporar necesariamente como premisa, medio y resultado una delimitación del espacio urbano. Si existe ese impulso colectivo se podrá, en el futuro, hablar propiamente de ciudades en un mundo de ciudades. Esta es la razón por la cual, hay que dotar de nuevos confines a la ciudad sin confines.

martes, 5 de mayo de 2009

Dos Ragusas por el precio de una...






























Si nos dirigimos a Ragusa llegaremos a dos ciudades distintas pero con algunos parecidos: la primera es capital de la homónima provincia de Ragusa, en Sicilia; con la segunda encontramos la actual Dubrovnik, ciudad del litoral dálmata que llegó a formar una república marinera, la histórica República de Ragusa, entre los siglos XVI y XIX. Los orígenes de la Ragusa siciliana pueden remontarse al II milenio a. C. Posteriormente, la antigua ciudad, ubicada sobre una colina, entró en contacto con las cercanas colonias griegas. Después de un breve periodo de dominio cartaginés, fue administrada por romanos y bizantinos: estos últimos fortificaron la ciudad y construyeron un gran castillo. Ragusa fue luego ocupada por sarracenos en 848, quedando bajo su dominio hasta el siglo XI, cuando es conquistada por los normandos. Posteriormente Ragusa siguió los acontecimientos del reino de Sicilia, creado en la primera mitad del siglo XII. Feudo de la familia Chiaramonte, permaneció como capital de condado, un estatus que perdió en el siglo XV después de una revuelta popular. En 1693 la ciudad quedó devastada por un terremoto. Tras la catástrofe, la ciudad fue reconstruida con espléndidos edificios de estilo barroco.















Ragusa es Patrimonio de la Humanidad desde 2002 y aunque ha cambiado considerablemente durante los últimos 20 años debido al turismo, muchos lugares de la ciudad se mantienen igual que hace siglos. La ciudad tiene dos partes distintas: Ragusa Ibla y Ragusa Superiore separadas por el cuatro puentes que atraviesan el desnivel que las separa. La Catedral de San Giovanni Battista es el principal monumento de la ciudad alta ubicada bajo las murallas del castillo medieval y construida durante el siglo XVIII con una fachada de estilo barroco tardío de influencia francesa. La mayor parte de la arquitectura barroca de interés está, sin embargo, en la ciudad baja.




















La catedral de San Giorgio fue construida a partir del año 1738 por el arquitecto Rosario Gagliardi, en sustitución del templo destruido por el terremoto de 1693. La fachada se caracteriza por un tramo de 250 escalones y unas macizas columnas ornamentadas, así como estatuas de santos y pórticos decorados que trae a la memoria esas bodas sicilianas que recordamos de alguna película ya algo lejana.




















Un callejón tortuoso conecta Ragusa Ibla (el nuevo nombre de Ragusa Inferiore, tomado de una legendaria ciudad griega que quizá se alzó en este lugar) con Ragusa Superiore y allí está la iglesia de Santa Maria delle Scale construida entre el siglo XV y el XVI. Muy dañada durante el terremoto, la mitad de esta iglesia fue reconstruida en estilo barroco, mientras que la mitad superviviente se mantuvo en el gótico original. Es sabida la afición de los italianos por construir iglesias y Ragusa tiene más: la de las Almas del Purgatorio o la de de Santa Maria dell'Itria, construida por los Caballeros de Malta en el siglo XVII con un campanario decorado con cerámica. La iglesia de Sant'Antonino es un ejemplo de arquitectura normanda, caracterizada por un portal gótico, mientras que la iglesia de la Immacolata presenta un bello portal del siglo XIV. Como no sólo de pan vive el hombre, finalmente, y siempre en la ciudad baja, el Palazzo Zacco es una de las más bellas edificaciones barrocas de la ciudad con columnas corintias que sostienen balcones de hierro forjado, cariátides y gruteschi.




















La otra Ragusa está algo lejos de allí: se trata de la actual Dubrovnik, una ciudad costera de la actual Croacia y centro turístico del Adriático. Dubrovnik es una ciudad rodeada de murallas y fortificaciones, al pie de una montaña que cae a pico sobre el mar. También fue declarada en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y esa declaración fue nuevamente ampliada en 1994. También Dubrovnik se fundó para unir dos pequeñas ciudades: Laus que estaba en una pequeña isla al sur de la costa dálmata y Dubrava un asentamiento eslavo en una colina y la ciudad se llamó oficialmente Ragusa hasta el año 1909.










En el siglo VII, los habitantes de la región se refugiaron en un pequeño pueblo de pescadores y lo fortificaron para defenderse de las invasiones eslavas. Después vinieron los romanos (Diocleciano que era dálmata tuvo un magníficopalacio en Spalato) y también los árabes se interesaron por este puerto cada vez más próspero llegando hasta él en el siglo VIII para atacarlo. La leyenda dice que Roldán, famoso caballero carolingio, acudió entonces en ayuda de la ciudad asediada y la liberó del invasor, aunque en esa época no imaginara lo que le esperaba en Roncesvalles, que no es Ragusa precisamente. Para el siglo IX, Ragusa era ya la ciudad más importante de Dalmacia, y formaba una pequeña república independiente bajo la soberanía nominal de Bizancio. Sus navíos surcaban todos los mares del Levante, desde el Adriático hasta el Bósforo y disponía de su propia flota de guerra para defenderse, pero eso no fue suficiente para impedir que los normandos se adueñaran de la ciudad en 1081. A los normandos les gustaba el nombre de Ragusa, por lo que se ve.















En el siglo XII se erigieron nuevas murallas alrededor de la ciudad pero la pujante república de Venecia, cuyos barcos hacían escala en la costa dálmata, anhelaba anexionarse este puerto estratégico para sus fines comerciales cosa que consiguió desde 1205 hasta 1358, fecha en la que consiguió un estatuto especial que permitió cierto control comercial y político de su ciudad al precio de compartir el pode con los venecianos. Pero cuando Venecia se retiró de Dubrovnik, aparecieron los turcos por el Este. En 1364, Dubrovnik firmó con el sultán otomano una alianza y gracias a este acuerdo, la ciudad fue respetada por los turcos. El límite histórico de la expansión turca en los Balcanes corresponde exactamente a la frontera actual entre Croacia y Bosnia-Herzegovina. Los turcos se detuvieron en la cima de la montaña que domina la ciudad, pero no descendieron a Ragusa. Concedieron una especie de privilegio a esta pequeña ciudad cristiana no ortodoxa apaciblemente ocupada en la industria y el comercio. A cambio de esa protección, la ciudad debía pagar un tributo al sultán y una delegación se dirigía cada año a Constantinopla a tal efecto, permaneciendo un año allí retenida como garantía del siguiente tributo. Desde 1421, la ciudad obtuvo el privilegio de comerciar con Asia y África. Con el monopolio del comercio marítimo en las provincias greco eslavas, Dubrovnik rivalizó con Pisa y Venecia. La Ragusa dálmata llegó a tener consulado en Sevilla y envió en las carabelas de Colón a dos de sus marinos en el primer viaje del Almirante. Gracias a su habilidad diplomática, la ciudad consiguió mantener su independencia más o menos parcial durante cerca de mil años.













En el siglo XVI, época de su máximo esplendor, la flota de Ragusa llegó a tener hasta doscientos barcos. La expansión prosiguió hasta 1667, en que un seísmo destruyó casi por completo la ciudad, causando la muerte de casi 5.000 personas. Todas las Ragusas tienen su terremoto. El 31 de enero de 1808, un decreto napoleónico puso fin a la república de Ragusa, que fue incorporada a las Provincias ilirias con la capital en Ljubljana bajo el control de Francia. Los franceses no permanecieron mucho tiempo, pero dejaron su impronta construyendo una fortificación en la cima de la montaña que aún subsiste y una larguísima carretera, aún en uso hoy en día que llegaba hasta Trieste. En 1815 Dubrovnik pasa a control austriaco, bajo el cual permanece hasta 1918, fecha del fin del Imperio Austrohúngaro. Entre las dos guerras mundiales Dubrovnik vivió una existencia lánguida y olvidada hasta la época de Tito en la que se convirtió en el centro de veraneo más solicitado de la antigua Yugoslavia. Cuando el sistema se hundió en 1991, el país se desmembró y la guerra llegó acto seguido.




















Para detener el proceso de independencia de Croacia el ejército yugoslavo, compuesto en su mayoría por serbios y montenegrinos, declaró la guerra a los croatas lanzando un ataque combinado sobre Dubrovnik con objeto de anexionar toda la región a la "Gran Serbia". La artillería bombardeó sin cesar la ciudad desde la cima del monte Srdj y el asedio se mantuvo durante seis meses. Cerca de 33.000 personas se vieron obligadas a dejar sus hogares ante el asombro del mundo entero. El balance fue desastroso con el bombardeo de iglesias, palacios y edificios históricos. Sin embargo, la muralla permaneció intacta. Hoy, las huellas físicas de la guerra han desaparecido prácticamente. Se han restaurado los tejados y la prosperidad vuelve y con ella los turistas. Esa guerra, tan cercana, parece ahora solamente una mal sueño, una pesadilla ya pasada para los europeos.


Ragusa

Ahí tienes toda la historia:
el Mediterráneo, desde Roma a Venecia;
en algún rincón del pueblo,
también encontrarás una canción bizantina,
un eco de Chipre, y más allá,
un balcón pequeño que tiene olores
de todos los perfumes del Oriente.

sábado, 4 de abril de 2009

Egeo




















Egeo, mitológico rey de Atenas, después de dos matrimonios no había tenido descendencia, así que decidió consultar al oráculo de Delfos. Éste le dio una respuesta del siguiente tenor:

"No desates la boca que sale del odre de vino antes de haber llegado a las alturas atenienses".

Frase absolutamente surrealista (conforme a la costumbre oracular) que Egeo naturalmente no entendió. A su regresó a Atenas, pernoctó en la cercana ciudad de Trecén, en la que reinaba Piteo al cual refirió el designio del oráculo. Los griegos eran bastante aficionados a las interpretaciones directas, de modo que el tal Piteo (hijo de Pélope, según se refiere) sí entendió al oráculo y emborrachó al monarca para que aquella noche se acostase con su hija Etra. De esta unión nacería el héroe Teseo. Posteriormente y con ocasión de la festividad panhelénica de las Panateneas, Egeo organizó un concurso que venció un hijo del cretense rey Minos. Envidiosos de su triunfo, unos atenienses procedieron a darle muerte, razón que esgrimió Minos para declarar una guerra a Atenas de la cual salió victorioso. De acuerdo con la costumbre, impuso a los vencidos el tributo de entregar cada año siete muchachos y siete muchachas para ser entregados al Minotauro.

Teseo, que desde muy joven había destacado por su fuerza y su valentía, decidió dirigirse a Atenas en solitario para conocer a su progenitor sin temer los peligros que podía entrañar el viaje. Pero los bandidos del camino no sabían lo que les esperaba: la primera víctima de Teseo fue un salteador de caminos cojo, que sin embargo era habil en el manejo de una enorme maza de bronce, la misma que tan útil le sería a Teseo en el futuro, pues se quedó con ella tras darle muerte. El siguiente fue otro bandido cuya especialidad era flexar pinos para partir a los incautos que caían en sus garrras: doblaba dos pinos próximos, ataba las copas entre sí y un brazo de su víctima a cada una de ellas. Luego, soltaba los árboles para desgarrar el cuerpo del desgraciado. Teseo, después de acabar con este bandido de la misma manera que él acababa a sus víctimas, se acostó con su hija Perigune de quien tuvo un hijo: se ve que los griegos eran un pueblo práctico.

A Escirón, hijo de Pélope y descendiente de Tántalo, simplemente lo tiró al mar cogiéndolo por los pies. Cerca del pueblo de Eleusis, un bandido llamado Cerción retaba a los viajeros a luchar con él. Nadie era capaz de vencerlo, pero eso no ocurrió con Teseo, que lo levantó y lo arrojó contra el suelo, punto en el cual ya no se habla más del tal Cerción. Pero no lejos de allí vivía Procustes, otro bandido que tenía el hábito de tomar a los transeúntes y cambiarles el tamaño. A los altos los metía en una cama pequeña y los cortaba: a los pequeños los metía en una cama grande y los estiraba. Teseo eligió para Procustes una cama pequeña...















Al llegar a Atenas se encontró con un inconveniente: su padre se había casado con la hechicera Medea y había tenido un hijo con ella. Ante esta situación, Teseo decidió esperar antes de darse a conocer pero Medea lo reconoció mediante algún procedimiento y presintió el peligro para su heredero. De modo que convenció a Egeo de que el recién llegado era un traidor. El rey se dispuso entonces a deshacerse de él de acuerdo con la inveterada costumbre real griega de mandar a los héroes a tomar viento ordenando hazañas imposibles. Así, envió a Teseo a luchar contra el toro de Marathón, que como ya saben los que han corrido eso (yo no, evidentemente) está a unos cuarenta kilómetros de Atenas. Pero, como cabría esperar, el toro fue derrotado y Teseo fue invitado a palacio con la excusa de celebrar la victoria pero con el propósito secreto de envenenarlo. Llegado al lugar del banquete, Teseo sacó la espada corta que le había dado su madre como herencia de Egeo para servirse la carne. Egeo reconoció el arma, comprendió lo que ocurría y arrebató a su hijo la copa ponzoñosa: a la vista de la situación, Medea decidió poner tierra por medio junto con su hijo.Teseo fue entonces reconocido oficialmente como hijo y sucesor del rey de Atenas.




















Consciente del tributo minoico, Teseo se presentó voluntariamente para que le permitiera ser parte de la ofrenda y le dejara acompañar a las víctimas para poder enfrentar al Minotauro. Las naves en las que iban a viajar las personas ofrendadas llevaba velas negras como señal de luto, pero el rey pidió a Teseo que si regresaba vencedor, no olvidase cambiarlas por velas blancas, para que supiera, aún antes de que llegase a puerto, que estaba vivo. Al llegar a Creta, la princesa Ariadna se enamoró de él y ayudó a Teseo ayudarle a salir del laberinto a cambio de que la llevara con él de vuelta a Atenas y la convirtiera en su esposa. Como todo el personal debía ser bastante consciente a esas alturas que el Minotauro no duraría mucho, la ayuda de Ariadna consistió en dar a Teseo el famoso ovillo de hilo que el héroe ató por uno de los extremos a la puerta del laberinto, de modo que Teseo no se perdió ahí.

Sin embargo, durante el viaje de vuelta decidió desembarcar en la isla de Naxos y allí si se perdió, de forma que (por algún oscuro motivo) soltó amarras dejando a Ariadna. La cuestión se ha transformado en un asunto controvertido de la mitología: algunas versiones señalan que Teseo la abandonó por propia voluntad y otros dicen que fue la intervención de los dioses para que Ariadana pudiera acostarse con Dionisos. Fuera un asunto de cuernos o de hartura, lo cierto es que Teseo había olvidado cambiar las velas, lo cual no es extraño después de tanto lío. Pero al divisar la nave desde una eminencia rocosa próxima a El Pireo, el rey de Atenas vio las velas negras hinchadas por el viento y, creyendo que su hijo había muerto, se suicidó lanzándose al mar, que a partir de entonces recibió el nombre de mar Egeo. También se dice que la costumbre de los aqueos de llevar velas negras en sus barcos tiene este mismo origen.















Teseo heredó el trono de Atenas y años después se casaría con una hermana de Ariadna llamada Fedra, de modo que todo quedaba en familia. Ahora, el Egeo es la parte del mar Mediterráneo comprendida entre Grecia y Turquía; se considera que está delimitado al sur por las islas de Creta y Rodas, y por lo arbitrario de este límite resulta difícil atribuirle una superficie precisa, aunque podrían establecerse unas dimensiones aproximadas de norte a sur de unos 600 km. y de este a oeste de otros 400. La casi totalidad de las numerosas islas del mar Egeo pertenecen a Grecia, por lo que se puede considerar que este mar es un mar heleno, cosa que fue cierta durante un gran lapso de la historia; de ese modo, la integración de Asia Menor en el imperio otomano ha resultado ser una fuente constante de conflictos entre los dos países a lo largo de la historia. El turismo es, en la actualidad la actividad económica principal de las islas, con una no desdeñable superficie que representa la quinta parte de la superficie total de Grecia.

jueves, 2 de abril de 2009

¿Tetis o Thetis...?



















En la mitología griega, Tetis (en griego antiguo Τηθύς Têthys, ‘niñera’, ‘abuela’ o ‘tía’), hija de Urano y Gea, es una titánide y diosa del mar, al mismo tiempo hermana y esposa de Océano. Fue madre de los principales ríos del mundo conocidos por los griegos, como el Nilo, el Alfeo, el Meandro, y de unas tres mil hijas llamadas las oceánides. Considerada una personificación de las aguas del mundo, también puede ser vista como equivalente a Talasa, la personificación del mar. Aunque estos vestigios indican un papel importante en épocas primitivas, Tetis no desempeña virtualmente papel alguno en los textos griegos conservados, ni en registros históricos de la religión y los cultos griegos. Una de las pocas representaciones de Tetis que ha sido identificada con seguridad gracias a la inscripción que la acompaña es el mosaico del siglo IV de unas termas en Antioquía. En este mosaico, el busto de Tetis (rodeada de peces) surge de las aguas con los hombros desnudos. De su frente brotan alas grises. Sin embargo, no hay registros de cultos activos a Tetis en época histórica.

Tetis ha sido confundida a veces con otra diosa marina del mismo nombre, la nereida Tetis o Thetis, la de los pies de plata, es una ninfa, es decir, una de las cincuenta nereidas, hijas del anciano dios de los mares, Nereo, y de Doris, y nieta de la titánide. La mayoría del material existente sobre Tetis concierne a su papel de madre de Aquiles, aunque en gran medida es una criatura de fantasía más que una diosa.




















En la Ilíada, Homero pone en boca de Aquiles su importancia legitimidizadora del reino de Zeus contra una incipiente rebelión de otros tres dioses olímpicos, todos ellos con raíces más antiguas:

“...te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia a Zeus, que amontona las sombrías nubes, cuando quisieron atarle, Hera, Poseidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y le libraste de las ataduras, y sentada entonces al lado de Zeus, ufano de su gloria; temiéronle los bienaventurados dioses y desistieron de su propósito...”

En otro fragmento de un poeta espartano del siglo VII a. C. Tetis aparece como un demiurgo, participando en la creación del cosmos a través de un camino jalonado, en el que se escalonan la oscuridad, el sol y la luna; esta cosmogonía resulta interesante no sólo porque recoge especulaciones astronómicas y teológicas propias de Oriente Próximo, sino también porque sus principios son los elementos básicos de una competición que refleja las preocupaciones atléticas de la sociedad espartana. Dado que Tetis es la madre de Aquiles, el héroe griego por excelencia, podría ser que Tetis también fuera el timbre de importancia de la adolescencia aristocrática entre los aqueos.












Apolodoro de Damasco escribió que Tetis fue una vez cortejada tanto por Zeus como por Poseidón y como amante del propio Zeus se ve representada por Ingres, aunque después fuera dada en matrimonio al mortal Peleo, rey de los Mirmidones, en virtud de una profecía que auguraba que su hijo destacaría sobre su padre. Así, Tetis figura como madre de Aquiles, fruto de su enlace con Peleo. Los dioses enviaron a Iris, como mensajera de los dioses para encontrar un mortal que quisiese unirse a Tetis. Iris fue a ver al centauro Quirón, uno de los más famosos sabios de la antigüedad, que más tarde sería tutor de Aquiles. Entre los discípulos de Quirón destacaba por su hermosura, inteligencia y valentía el joven Peleo, hijo de Éaco, a quien tenía en gran estima. Peleo cortejó a Tetis pero ésta, sintiéndose humillada por la imposición de los dioses, le rechazó. Ante esto Quirón aconsejó a Peleo que buscase a la ninfa del mar cuando estuviera dormida en la cueva a la que solía ir, y la atase fuertemente para evitar que escapase cambiando de forma. Peleo se mantuvo firme y Tetis consintió en casarse con él, aunque sin amor.

La boda de Tetis y Peleo se celebró en el monte Pelión y a ella asistieron todas las deidades: allí los dioses celebraron el matrimonio con un banquete. Según cuenta Píndaro, Apolo tocó la lira y las Musas cantaron; en la boda Quirón le regaló a Peleo una lanza de madera de fresno y Poseidón dos caballos inmortales llamados Balio y Janto. Sin embargo Eris, la diosa de la discordia, no había sido invitada. En venganza, arrojó una manzana dorada en la que lucía una leyenda que decía «para la más hermosa». Según el mito aqueo, la subsiguiente disputa entre varias diosas por tener tal honor llevó al Juicio de Paris y terminó ocasionando la Guerra de Troya.



















Tetis y Peleo tuvieron varios hijos, pero Tetis, apenas nacían, los asfixiaba para que no heredaran rasgos mortales de su padre. En una variante de este mito, Tetis intentó hacer invulnerable a Aquiles sumergiéndole en las aguas prodigiosas de la laguna Estigia, que separa el reino de los vivos del de los muertos. Sin embargo, el talón por que le sujetó no fue protegido por las aguas, y ese resultó ser su punto débil dando además nombre al tendón inferior de la pierna. Curiosamente, en la narración de la Ilíada, Homero no menciona esta debilidad del talón de Aquiles, seguramente por ser un mito de dominio público, ya en esa época. La profecía decía que el hijo de Tetis tendría una vida larga pero aburrida, o gloriosa pero corta. Cuando estalló la guerra de Troya, Tetis estaba preocupada y ocultó a Aquiles en la corte de Licomedes, disfrazado de mujer. Pero de todas formas terminó acudiendo con el resto de los griegos. Viendo que no podría evitar que su hijo cumpliese su destino, Tetis hizo que Hefesto forjase un escudo y una armadura, a cambio de favores sexuales, pero luego rehusó pagarle esos placeres que le había prometido a cambio. Cuando Paris mató a Aquiles, Tetis vino del mar con las Nereidas para llorar su muerte, y guardó sus cenizas en una urna de oro, levantó un monumento en su memoria e instituyó unas fiestas conmemorativas.