lunes, 30 de junio de 2008

Naturaleza y paisaje


Lo edificado no es ciertamente natural , pues la obra del hombre como autor de edificios es un hecho puramente artificial. Por esta razón, y se entiende el hecho del paisaje como obra de la naturaleza, la noción de arquitectura y la noción de paisaje resultarán enfrentadas. La arquitectura sería entonces lo que se impone sobre el paisaje, estableciendo también la primacía o la coexistencia de lo natural ideal y lo construido artificial. Estas ideas provocan una discusión por la contraposición entre arquitectura y paisaje cómo realidades inicialmente irreconciliables. Por consiguiente sus posibles relaciones, semejanzas o concomitancias deberán venir de un análisis posterior de ambos términos. Empezaremos por intentar determinar lo que se entiende por paisaje, y así poder establecer las relaciones que pueden plantearse entre dos hechos que son sustancialmente distintos o que por lo menos así lo parecen desde su definición lingüística.



Por otra parte, el concepto de paisaje plantea dificultades, pues alberga distintos significados. Si recurrimos al método anterior del diccionario, nos encontramos con que el paisaje, en su acepción más general es "la extensión de terreno que se ve desde un sitio" [1] , explicación que atiende más a una cuestión perceptiva- el hecho de ver - que a cualquier otra noción de mayor complejidad, no entrando en ninguna cualificación formal de lo que se ve. Para simplificar la idea, desde ese punto de vista, un paisaje sería cualquier cosa que se ve desde un sitio contando con que todo lo que se ve está situado en mayor o menor medida sobre el terreno. Paisaje en sentido general será entonces, lo que se ve, incluyéndose aquí los posibles acontecimientos que ocurren en el sitio donde se ve. Esto da al término una primera acepción temporal, en el sentido de incluir sucesos ocurridos en el lugar y momento de la visión, o los que pudieran ocurrir, aunque a veces resulten imperceptibles o difíciles de observar. Frente al hecho más o menos monolítico de la arquitectura como objeto, el término paisaje resulta más amplio pues abarca lo que se ve, concediendo al objeto una característica doble espacial y temporal. En este sentido el término “paisaje” incluye al de arquitectura, como objeto que se ve dentro de un marco o paisaje más amplio.



En consecuencia, la arquitectura como objeto para ser visto ya formaría parte del paisaje al ser algo que se sitúa sobre el terreno y esto es tanto más cierto en cuanto la definición del diccionario, debería completarse o perfilarse con el matiz de incorporar "las cosas que se ven sobre el terreno" que son las realmente perceptibles, pues el terreno en sí mismo como sitio o espacio de tierra no contiene otra información que la de sus propias características y si estas han de ser observadas desde algún punto, a través de la forma, el color o la disposición son precisamente estos "accidentes" los determinantes del paisaje en sentido visual. El hecho de la visión determina obligatoriamente, la percepción de la accidentalidad como informante de la morfología de la cosa y esa accidentalidad sobrepuesta y variable en ocasiones determinará la cualificación formal de uno u otro paisaje. En cualquiera de los casos, ya se ve como la propia noción de paisaje ya se va alejando del natural ideal desde el momento que surge la intervención externa (como es el caso de la arquitectura) pero también en los trazados de cultivos, la parcelación, la plantación y cualquier cosa que dilate y modifique ese sustrato primigenio natural que vendría a definir el paisaje de forma idealista. Es también curioso como la noción de paisaje difiere notablemente de lo utilitario, por ser una noción estrictamente contemplativa. El urbanita puede tener una visión estética del “campo” o de la “naturaleza” así en abstracto, mientras que el rústico no verá posiblemente más que el aspecto funcional de esa naturaleza. Un urbanita dirá:




- Mire Ud. que bonito está el campo.


A lo que el rústico contestará, por ejemplo:


- El campo no está ni bonito ni feo...está como tiene que estar, aunque es una pena que este invierno haya llovido tan poco.



Es evidente que la noción de “paisaje” cambia para cada uno, ya que el ciudadano no ve con frecuencia campos y sembrados, pues son otras sus ocupaciones y ese “campo” y su “visión paisajística” son trasuntos de los fines de semana mientras que el labriego vive, sufre o disfruta de ese territorio como una ocupación: los papeles se encuentran invertidos, así como la visión estética individual de cada uno de ellos. También se ve en esto como la posibilidad de percepción del paisaje requiere una alejamiento de la realidad física, precisamente el que le permite qu ese objeto sea un paisaje y no una actividad interna. El dicho de que “los árboles no dejan ver el bosque es muy real” ya que la noción de “bosque” proviene de una visión exterior que permite distinguir o imaginar ciertos confines que definen el concepto. Recuerdo una película de Werner Herzog sobre Lope de Aguirre, en el que los expedicionarios españoles bajaban un río – pongamos que fuera el Orinoco – en una balsa de fortuna mirando con curiosidad y terror el paisaje verde e inabarcable de la selva amazónica. Un pequeño grupo de indios gritaba desde la margen, ante lo que Aguirre solicitó de uno de los indios que iba con el la traducción de lo que decían. El aludido tradujo:




- Dicen que el río trae comida...



También el hecho de que esta acepción de paisaje contenga el término terreno como sitio o espacio de tierra, relaciona también la idea de paisaje con lo tectónico [2] , que tanto se refiere etimológicamente a la construcción o a la estructura, a los edificios u otras obras de arquitectura, como también a lo geológico en cuanto a la propia estructura de la corteza terrestre. Desde esta idea las relaciones entre el paisaje y la arquitectura tendrían un primer punto común, al ser por una parte el paisaje reflejo exterior de una arquitectura del terreno, que resulta ser no sólo accidental sino también estructural, ofreciendo datos que en ocasiones el aspecto no manifiesta o no puede manifestar enteramente. En este sentido, una visión más atenta o una observación del paisaje nos darán claves o pequeños detalles que para un observador poco perspicaz pudieran quedar inadvertidos. Este punto de vista también confiere al hecho del paisaje un posible carácter misterioso en tanto que la visión del exterior nunca revela los secretos de la estructura o lo rincones apartados de la geografía de la cosa. Este fenómeno ha sido utilizado reiteradas veces en pintura y en escenografía para tratar de ocultar algo conscientemente y de ese modo llamar luego la atención del sujeto. Sin embargo y a pesar de ser un recurso ilusionista reiteradamente utilizado por pintores o escenógrafos como ya se ha dicho, también es un hecho que puede encontrarse en la propia naturaleza del paisaje.



El misterio de la geografía va unido a la relación de amor y temor hacia lo desconocido. Amor por la posible fascinación derivada de la satisfacción de la curiosidad y temor por el también posible daño que esa experiencia fascinante o aterradora pueda causar en el sujeto. La propia escenografía utiliza a la arquitectura o a elementos de la misma como puras y simples variables paisajistas. La arquitectura escenográfica, como arquitectura sólo para el espectáculo de la visión o "arquitectura sin fondo" aunque con estructura, juega precisamente con la capacidad que el sujeto tiene para penetrar en ella imaginando un fondo o un interior que no existen en la realidad pero que sí existen en la imaginación del sujeto en cuestión. En el mundo real, el explorador o el aventurero que se interna en un paisaje, lo único que intenta es el de verificar ese fondo o esa estructura para colmar el vacío o la desazón que le produce el encontrar ese paisaje sólo como una escenografía hueca. El paisaje tiene pues una connotación esencialmente teatral, tanto en el tiempo como en el espacio y el paisajista debe de permanecer dentro de ese "teatro del paisaje", pues si en algún momento quisiera trascenderlo o ir más allá de él, desde ese mismo instante se convertiría en un geógrafo o un explorador, que a su vez podría ser el incitador o el descubridor de otros paisajes o de otras posibilidades de aventura, pero no un paisajista en sí.


El carácter teatral de la noción de paisaje, permite situar en su interior a elementos móviles o sujetos característicos que refuerzan en ocasiones la propia morfología del paisaje que se quiere mostrar. El uso de sujetos humanos, o míticos, o de la fauna real, o de faunas míticas recreadas por artistas a lo largo de la historia, reconoce esa característica del paisaje como elemento susceptible de albergar acontecimientos dentro de él y dotándolo a la vez del aspecto temporal consustancial al hecho perceptivo de la observación.



El paisaje posee de esta forma una apariencia de fachada de un conjunto, que posiblemente haya sido creada y que tendría su correspondiente análisis desde la arquitectura. Para ello también habría que analizar el concepto lo edificado, para poder así determinar si lo que se edifica se sitúa dentro o fuera del hecho del paisaje, hecho que en cualquiera de los casos siempre pertenece a la conciencia individual del observador. Evidentemente, el terreno es el soporte primero y sustancial de la arquitectura, y no puede ser excluido del hecho arquitectónico que sin él no resultaría completo. También el paisaje como visión no excluirá a priori al paisaje edificado, o a la parte construida del paisaje, pero sí resulta cierto el que la noción lingüística de paisaje se refiere normalmente más al sustrato donde se asienta la arquitectura que a la propia arquitectura en sí, dotando a esta de una cierta noción de accidentalidad en relación al hecho del paisaje.



Desde ese punto de vista, la arquitectura tiene solo un valor de uso como elemento animador del paisaje y se dota de características intercambiables y reversibles de forma que ese valor sólo se sitúa en tanto en cuanto complementa lo que ocurre en el paisaje. Es el caso de la arquitectura efímera o campamentaria que solamente intenta insertarse dentro del paisaje por motivos muy concretos y pasajeros. Si por el contrario, lo efímero pasa a ser definitivo podría hablarse más de una noción de arquitectura incorporada en mayor o menor medida a un paisaje, efecto que será más prolongado en tanto esa arquitectura tenga el valor de sobreponerse en lo que se asienta, tomando carta de naturaleza propia y sobreponiéndose al sustrato inicial sobre el que fue creada. Sería el caso de las ciudades fundadas sobre las trazas de un campamento, tradición que en Occidente se consolida durante la primera época imperial romana. En ese caso, puede ocurrir que lo sobrepuesto comience a ser un paisaje con adjetivos - paisaje urbano o paisaje rural edificado- alejándose formalmente de la noción de paisaje en sentido estricto. En todo ello, existe sin embargo un juicio de valor, evidentemente estético y que produce ocasionalmente el que elementos arquitectónicos que se han incluido en el paisaje de manera efímera y ocasional se constituyan en elementos permanentes- y simbólicos incluso- de una ciudad, como ocurrió y ocurre, por ejemplo con algunos elementos de exposiciones universales que pasan a ser germen y símbolos de nuevas zonas de ciudad.


De este modo la propia noción de paisaje se hace cada vez más compleja, adoptando incluso un carácter antropológico, en tanto en cuanto todo paisaje lleva su huella humana sobrepuesta, aunque en último caso y al ser una cuestión de valor, solamente sea la propia mirada del observador que lo describe, o que lo observa la que crea, transmite o percibe el paisaje.



© M.M.Monis 2008



[1] (2) O.C. p.1.064.

[2] O.C. p.1.383.