sábado, 16 de agosto de 2008

El laberinto y la mitología.


Poseidón, dios de los océanos, obsequió a Minos, rey de Cnossos (Creta), con un magnifico toro blanco para que se lo ofrendara en sacrificio, pero éste, no sabemos por qué oscuras razones, se apropió del animal. Para vengarse, Poseidón hizo que Pasífae, esposa de Minos, se enamorara perdidamente del toro, que se dejó querer. De tales amores acrobáticos amores Pasífae dio a luz al Minotauro de cuerpo humano y cabeza de toro que, rápidamente y en obediencia al oráculo pertinente, fue escondido de las miradas curiosas. Para ocultar su vergüenza, se dice que Minos encargo a Dédalo la construcción de un vasto palacio del que fuera imposible escapar. El Minotauro exigió a su vez como alimento siete doncellas y siete mancebos cada nueve años y su padre, basándose en viejas rencillas, lo arregló todo para que fuesen los atenienses quienes proporcionasen tal alimento.


Teseo era hijo de Egeo, rey de Atenas, y se propuso liberar a su ciudad este sangriento tributo para lo cual viajó a Creta y se hubiera visto abocado al fracaso si no hubiese intervenido en su ayuda Ariadna, hija de Minos que se enamora de él y obliga a Dédalo a proporcionarle el modo de escapar del laberinto a través de un ovillo de hilo que a partir de entonces se denominó el ovillo de Ariadna. Teseo mata al Minotauro y escapa con Ariadna, para abandonarla más tarde en la isla de Delos, según dicen hipnotizado por Dionisio que la quería para sí. Dédalo es descubierto por Minos, y no encontrando éste nadie más para castigar, es encerrado en su propia creación, de la que huye por el aire, construyendo unas mágica alas y perdiendo a su hijo Ícaro en el intento. De regreso a su casa, el desmemoriado Teseo olvida cambiar las velas negras de luto de su barco por unas blancas que canten a distancia el éxito de su misión, lo que hace que su desesperado padre, se precipite desde un acantilado vacío, al mar que, desde entonces lleva su nombre.




La importancia del laberinto egipcio se comprende mejor cundo se analizan los ritos relacionados con el dios Osiris, quien, según los egipcios, había sido el primer rey de Egipto. Osiris se casó con Isis que le aportó en dote el nomo de Sebennitos; luego, con ayuda de sus aliados, Upuat (dios de Buto) y Anubis (Dios de Behdet), marcha a la conquista de todo Egipto. En el alto Egipto descubre las minas de oro. Su ministro Thot (Dios de Hermópolis), inventa la escritura y las artes. Pero en el año 28 de su reinado, Osiris es atraído a una celada por su hermano Seth, quien lo arroja al Nilo ayudado por setenta y dos conjurados. Su cuerpo, encerrado en un cofre, desciende por el río y alcanza el mediterráneo siendo llevado a Biblos. Su esposa, Isis, que había partido en su busca, lo hallará allí y lo vuelve a llevar al dios Buto. Seth lo descubre, mutila su cuerpo y lo distribuye en catorce pedazos a sus cómplices. Isis, después de haber conseguido reunirlos, a excepción del sexo, reconstruye su cuerpo y fecundada milagrosamente por Osiris por obra exclusiva del amor y sin intervención de la carne, da a luz a Horus, que se impone como rey en el Delta antes de vencer a Seth y conquistar todo Egipto.
Osiris vuelve a tomar todo su significado religioso, integrado en la cosmogonía en calidad de hijos de los dioses Tierra y Cielo a las ideas de la preexistencia de la materia y de la creación del mundo por la aparición de los elementos, en un principio confundidos en el caos, se añade esta concepción esencial: en el universo apenas formado entran en lucha el bien y el mal bajo las formas de los dioses Osiris y Seth, ambos hijos de Nut. Desde entonces la religión egipcia se orientará por esta vía moral que ya no abandonará y hará de ella uno de los mayores estímulos de civilización del mundo antiguo. En Osiris muerto y resucitado debe distinguir por una parte su cuerpo, que permanece en la tumba, y por otra, su espíritu, que era recibido por los dioses. En ello está la explicación de que las ideas religiosas de ultratumba presenten un doble aspecto: la creencia en una supervivencia subterránea asociada a la conservación del cuerpo del muerto y la creencia en una supervivencia puramente espiritual del espíritu del difunto en el reino de los dioses. El culto de Osiris hizo de la supervivencia en el otro mundo la resurrección del muerto, con su personalidad propia ligada a su propio cuerpo.



Osiris era el dios de los muertos o del mundo de ultratumba.
Los egipcios recreaban anualmente el misterio de la muerte de Osiris. Entre gemidos y llantos, sacrificaban ceremoniosamente a Apis un toro sagrado, en representación de Osiris. Los llantos se tornaban en alegría cuando el sacerdote anunciaba que Osiris había resucitado. Para los egipcios, su esperanza de vida se centraba en estos acontecimientos. Creían que todo hombre, no sólo el faraón, quedaba identificado con Osiris al morir. Se creía que el laberinto, con su desconcertante sistema de pasadizos, ofrecía al dios rey protección contra sus enemigos tanto en esta vida como en la siguiente, hasta contra la muerte misma. La creencia en la inmortalidad humana terminó arraigándose en Egipto y en el resto del mundo antiguo.



Según Robert Graves, la idea del laberinto está relacionada con el sistema monárquico de la prehistoria: el mejor de los hombres de una tribu era elegido rey, tenía poder absoluto sobre el grupo, pero era asesinado después de un período de tiempo (se cree que un año). Sólo el héroe excepcional —un Dédalo o un Teseo— volvía vivo del laberinto.



En este contexto, tiene gran importancia el descubrimiento, en los años cincuenta, en las cercanías de Bossiney (Cornualles) de un laberinto cretense tallado en la superficie de una roca. La barranca donde el Dr. Renton Green descubrió el laberinto es una de las últimas guaridas del cuervo chova de Cornualles. La leyenda dice que la chova aloja el alma del rey Arturo que perturbó el Infierno y con quien este laberinto está íntimamente relacionado en la leyenda. Una danza laberíntica parece haber sido llevada a Britania desde el Mediterráneo oriental por agricultores neolíticos del tercer milenio a. C. . Unos toscos laberintos de piedra, análogos a los tradicionales británicos vegetales, se dan en la zona «Beaker B» de Escandinavia y el nordeste de Rusia. En el sudeste de Europa se encuentran laberintos en las iglesias y catedrales que se utilizaron con propósitos penitenciales.




Un espacio abierto delante del palacio de Cnossos estaba ocupado por una pista de baile con un dibujo laberíntico que servía para guiar a los que bailaban una danza erótica de la primavera. El origen de ese dibujo, llamado también laberinto, parece haber sido el laberinto tradicional de arbustos que se utilizaba para atraer a las perdices hacia uno de sus machos, enjaulado en la cerca central, con reclamos de alimento, quejas amorosas y desafíos; los bailarines imitarían la danza de amor extática y renqueante de las perdices macho, cuyo destino era que el cazador les golpease en la cabeza.


Parece ser que en la primavera se realizaba en toda la cuenca del Mediterráneo una danza erótica de la perdiz en honor de la diosa Luna y que los bailarines renqueaban y llevaban alas. Las danzas en espiral, en las que los jóvenes de ambos sexos giraban hacia un centro para alejarse después, seguían siendo muy populares en el siglo XIX, las danzas laberínticas que aún se practican en Europa descienden del antiguo baile de la Grulla, supuestamente ejecutado en la isla griega de Naxos por Teseo y sus amigos para celebrar su salida victoriosa. A los laberintos ingleses hechos en el césped se les llama «ciudad de Troya», y lo mismo a los de Gales: caerdroia. Probablemente los romanos los llamaban así por su Juego de Troya, una danza laberíntica ejecutada por jóvenes aristócratas en honor del mítico antepasado de Augusto, el troyano Eneas. Según Plinio también la bailaban los niños en la campiña italiana. Aunque los dos tipos principales son el clásico y el medieval, y existen numerosas variaciones, la forma básica es fácilmente reconocible. En Palestina esta ceremonia, llamada la Pesach (‘la renqueante’) se realizaba todavía, según san Jerónimo, en Beth-Hoglah (‘el Templo del Cojo’), donde los devotos bailaban en espiral. Beth-Hoglah se identifica con la «era de Atad», en la que se lloraba la muerte de Jacob, cuyo nombre podría significar Yah Akeb (‘el dios del talón’).



Una jarra de vino etrusca de Tagliatella en la que se ven dos héroes a caballo, muestra la teoría religiosa acerca de la danza de la perdiz. El jinete que va delante lleva un escudo en el que está dibujada una perdiz, y un demonio de la muerte se posa detrás de él; el otro héroe lleva una lanza y un escudo en que está dibujado un pato. Detrás de ellos hay un dibujo laberíntico parecido al que se encuentra no sólo en ciertas monedas de Cnosos, sino también en los intrincados dibujos hechos en el césped y que pisaban los escolares británicos en la Pascua de Resurrección hasta el siglo XIX.




El significado cultural y la interpretación del laberinto como símbolo es muy rico. En la prehistoria los laberintos dibujados en el piso servían quizá como trampas para los espíritus malevolentes o más probablemente como rutas definidas (coreografías) para danzas rituales. En varias culturas el laberinto también es asociado a ritos de iniciación que implican la superación de alguna prueba. Durante la época medieval el laberinto teocéntrico simbolizaba el duro camino hasta Dios con una sola entrada (el nacimiento) y un centro claramente definido (Dios). En el Renacimiento los laberintos pierden el centro: la persona en el laberinto es el centro, un reflejo de las enseñanzas humanistas antropocéntricas.
Es posible que los laberintos fueran mapas del mas allá, para que el alma en tránsito supiera qué camino seguir. En tal caso serían símbolos de la muerte, pero de igual forma podrían haber simbolizado la reencarnación, pues si el alma es capaz de llegar al centro del laberinto, puede también volver a la salida y renacer.



Ciertos rituales muestran una clara relación del laberinto con la muerte y el renacimiento. En la lejana isla de Melekula, perteneciente a las nuevas Hébridas, hubo un laberinto trazado en la arena denominado el camino. El espíritu de todo hombre difunto tenía que recorrer este camino a la tierra de los muertos, y en él encontrar el espíritu guardián femenino. Cuando un alma se aproximaba, su protectora borraba parte del camino, obligando al espíritu a recomponer el itinerario para continuar su viaje y poder renacer en una nueva vida.
Mientras tanto, en Europa, los ritos laberínticos adoptaban a veces la forma de danza. En Inglaterra se utilizaban laberintos de hierba en los festivales primaverales de Pascua y del primero de Mayo en celebraciones de renacimiento, aunque se desconoce la naturaleza exacta de tales rituales. Sin embargo, en Escandinavia se recuerdan algunos juegos llevados a cabo en laberintos de piedra relacionados con el retorno de la fertilidad en Primavera.


En Finlandia y Suecia existen varios laberintos donde los jóvenes debían ingresar con el fin de rescatar a una muchacha aprisionada en el centro. Estos laberintos se les llamaban a veces Jungfraudanser o danzas de la Virgen. En una pintura mural del siglo XV existente de la iglesia de Sibbos, en Finlandia, se ve un laberinto con una figura de mujer en el centro. Este tema, el rescate de la mujer encerrada en un laberinto, aparece también en el mediterráneo y en la India y es indudable que en estas zonas el laberinto guardaba relación con los ritos primaverales de fertilidad.




El laberinto es un camino de danza escrito en el suelo como aplicación razonada de las virtudes de la ronda, un lugar que ha sido escogido para la utilización por el hombre de una corriente telúrica que aflora, y que debe tener analogías con las corrientes magnéticas. Ahora bien, es un resultado bien conocido de las corrientes magnéticas que todo cuerpo en movimiento en los campos de esas corrientes adquiere propiedades particulares. Es también el modo como se genera el fluido eléctrico al hacer girar un rotor en un campo magnético, natural o artificial.
Hacer girar a un hombre, de forma determinada, supone provocar en ese hombre acciones determinadas, tal y como se sabe desde antiguo en las tradiciones de los sufíes y derviches.





El hombre llegado al centro del laberinto, tras haberlo recorrido ritualmente, tras haberlo "danzado", será un hombre transformado, en el sentido de una apertura intuitiva a las leyes y armonías naturales; a las armonías y a las leyes que él quizás no comprenderá, pero que sentirá dentro de sí, de las que se sentirá solidario y que serán para él la mejor prueba, como lo es el diapasón para la afinación en música. Fulcanelli resume ambas posiciones cuando afirma que la imagen del laberinto se nos presenta, pues, como emblemática del trabajo entero de la obra alquímica, con sus dos mayores dificultades: la del camino que hay que seguir para llegar al centro (donde se libra el duro combate entre las dos naturalezas) y la del otro camino que debe enfilar el artista para salir de aquel. Aquí es donde se necesita el hilo de Ariadna, si no quiere extraviarse en los meandros de la obra y verse incapaz de salir.



El devenir de los hombres siempre ha sido un huir de su propia ignorancia, disfrazada de desorden. Así, si algo caracterizaba a la religiosidad egipcia era la angustia por la invasión del caos, representado en la figura de Apophis, a quien se podía inmovilizar, pero nunca vencer y que siempre estaba acechando desde los confines de lo conocido. Los laberintos son la expresión dela lucha entre el Caos y el Cosmos, el alpha y la omega, el principio y el fin. Lugares iniciáticos donde el hombre renacía. Para los mayas el Satunsat de Oxkintok, a cincuenta kilómetros al sur de Mérida en la Región llamada el Puc, se encuentra el punto exacto del inicio del tiempo y de la humanidad que nace, según el mito, de la tierra-madre, de esa parte subterránea de su laberinto semienterrado.



Cuenta la leyenda que en un principio llegaron tres tribus: gigantes, enanos y hombres medianos. Los primeros en reinar fueron los gigantes que construyeron el perdedero para que Itzam Cab Aín —el monstruo del laberinto, su Minotauro particular, ya que todo buen laberinto debe contar con su monstruo guardián— guardase el conocimiento y el poder. Pero los gigantes fueron derrotados por los enanos que no difirieron en conducta; por eso fue necesaria la aparición del héroe salvador. En los mitos siempre encontramos héroes; seres sobrehumanos que sólo existían en la medida en que fueran mantenidos vivos por medio de ritos, en los cuales debían seguir los pasos del protagonista, en este caso Cham Tzim, que bajó al Xibalbá (parte subterránea del laberinto y nombre del infierno maya) para matar al monstruo y resucitar.


A salvo de la contingencia la sociedad logra adaptarse a su entorno y funda sobre el caos divino el orden humano que deberán renovar cada cierto tiempo en sus ritos, máxima expresión de los mitos. La perfección de sus formas delatada por los restos arqueológicos hace posible que nos unamos a Umberto Eco cuando pone en boca de uno de sus protagonistas las siguientes palabras:



“Son muchos y muy sabios los artificios que se utilizan para defender este sitio consagrado al saber prohibido. La ciencia usada, no para iluminar, sino para ocultar […]



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