miércoles, 28 de enero de 2009

Aprendiendo de Saint-Emilion...















La definición de paisaje depende tanto de la arquitectura como del medio en sí mismo: el paisaje constituiría más que un objeto en sí solamente una forma de ver, de modo que la arquitectura y el propio paisaje resultan un todo indisoluble. Se ha visto que la arquitectura es algo que está ligado al territorio, de modo que el territorio, en tanto que está organizado por el hombre, ya puede constituir un embrión de arquitectura; el paisaje necesita de un espectador al constituirse en espectáculo de la fruición y solamente se accede a la condición de los paisajes mediante la presencia del hombre que es quien determina precisamente su condición.














Frente a esta perspectiva antropocéntrica cabe plantear que existen paisajes en los cuales el hombre carece de papel alguno, como las enormes extensiones desérticas de la Patagonia o los paisajes volcánicos de Islandia. Esto es así y sin embargo solamente los podemos recordar en su condición de accesibilidad; solamente su referencia- el hecho de nombrarlos – ya nos remite a algo conocido. Aunque esos paisajes no se conozcan – yo jamás conocí la Patagonia – me remito a algún explorador, geógrafo, dibujante, cineasta o fantaseador que haya establecido previamente esa condición de paisaje para el espectador.




















De este modo, la visión de esos paisajes mostrará en mayor o menor medida la intervención del hombre más o menos determinada, que aun siendo intangible, como un vuelo en avión por encima través de la selva, demostrará el hecho evidente de poder volar y divisarla y, en consecuencia, establecer esa determinada visión del territorio. Incluso es posible que, en algunos casos que ese medio sea el único posible para esa visión del paisaje ya que existen zonas de selva absolutamente inaccesibles en condiciones normales y de las cuales solamente disponemos de su visión aérea, por lo cual la idea que tenemos de su interior es exclusivamente imaginaria. La visión del paisaje se constituye de ese modo en una obra acabada, de modo que solamente se puede acercar a su contemplación, o quizá a su análisis, pero siempre permaneciendo a una distancia sensible que dispone al espectador al margen del objeto.





















La arquitectura tomará un papel preponderante en algunos casos, particularmente en los paisajes muy intervenidos, de modo que al suprimir los elementos arquitectónicos del escenario del paisaje este se verá sin contenido. Esos paisajes que hemos visto de las villas palladianas en los que se ha suprimido de las imágenes de la propia arquitectura parecen sugerir que en algún momento estarán de nuevo a punto de surgir desde el mismo paisaje invadido por esa falsa naturaleza primigenia, al igual que ocurre con las imágenes manipuladas de Saint-Emilion.

















Es curioso que el tipo de jardín inglés de aspecto tan natural sea igualmente obra del artificio (otra obra singular más del artificio) ya que el paisaje primigenio es ignoto; nadie lo vio, como nadie bajó desde el avión a la impenetrable selva: el paisaje primigenio es en si mismo impresentable ya que la condición de paisaje es la de ser visto. El paisaje se constituye como su propia obra, aunque sujeta a los impredecibles avatares del tiempo y la historia como cualquier otra obra. La propia estructura del paisaje, la visión del mismo y los elementos de arquitectura que se dispongan, en su caso, son más bien obra del hombre, de modo que si se contemplan en el espléndido equilibrio de la panorámica de Saint-Emilion las intervenciones posteriores, bien sea la vuelta al bosque pseudo-primigenio, bien la invasión de arquitectura anárquica adosada o bien la recreación de la importación de arquitectura debida a algún notable arquitecto, todas esas opciones destilan una indudable comicidad.














Lo paradójico es que ese mecanismo que en sí resulta cómico sea el mismo que ha determinado el paisaje que ahora se contempla y eso demuestra que el paisaje se conforma a través de la historia, pero esa aseveración no autoriza a pensar que los términos de la historia sean intercambiables (de hecho no lo son) ni siquiera en términos estrictamente materialistas. El medio, el paisaje y el territorio no son pozos sin fondo de los cuales se pueda obtener recursos de forma indiscriminada, de modo que deben alcanzarse situaciones de equilibrio que produzcan ese entorno adecuado en el cual las variables paisajísticas se encuentren en equilibrio (este efecto se denominaría actualmente sostenible). Los términos de ese equilibrio vienen determinados por su eficiencia, pero no desde un punto economicista o mecánico sino por una eficacia real en la cual las relaciones entre medio, recursos y población lleguen a una forma de equilibrio satisfactoria. La visión del paisaje y la influencia de la arquitectura en su definición están sometidos a esos roles, en los cuales se desarrollan los componentes más bellos y más trágicos de la relación del hombre con el medio natural.


5 comentarios:

Ramon de la Mata dijo...

no hay paisaje sin ojo. Ni siquiera los naturales, para que estos existan tiene que ser vistos.

M.Monís dijo...

Obviamente, la definición de "paisaje" es convencional y definitivamente antropocéntrica (como cualquier otra creación del hombre)...parece que hemos creado un mundo desde una perspectiva unidimensional, de modo que las nociones que percibimos están creadas de acuerdo con las imágenes que estamos dispuestos a percibir previamente.


Cabe pensar si eso funciona igualmente en los osos, las focas o las ballenas.

Supongo que todos esos seres tienen su propia visión del paisaje ya sea forestal-polar, nórdico-glaciar o marítimo-superficial...

El paisaje aparece así como un espejo en el que quizá seamos nosotros quienes nos reflejamos, independientemente de su sustancia...

El llano Galvín dijo...

Desde luego la visión del paisaje, como bien dices, es absolutamente antropocéntrica. Sin un cierto desarrollo intelectual el paisaje no es más que una continua sucesión de elementos más o menos intrincados e imagino que es lo que ocurría en otros períodos en los que no tenía el valor que tomó desde el siglo XVIII.
Muy interesante, un saludo!!!

M.Monís dijo...

Estoy de acuerdo Galvín...falta saber si ese "dearrollo intelectual" se corresponde a las épocas que la crítica asume ccomo tales, o bien si la percepción del paisaje es algo que está imbuido en los seres (de acuerdo con su condición y medida)desde uan etapa que es anterior a la que citas...estoy pensando, por ejemplo, en los paisajes que aparecen en los frescos pompeyanos...

Saludos y gracias por el comentario...

MMM

El llano Galvín dijo...

Claro, tienes razón, hay culturas previas que ya hacen estudios paisajísticos aunque sean estilizados y alejados de la realidad como el mundo minoico o el egipcio, sin embargo creo la visión del mismo es muy distinta según las épocas y el "nivel cultural" de quien lo contempla. No me puedo imaginar a un campesino romano contemplando sus pastos y visualizándolos como podría hacerlo Horacio en sus Odas.
Desde luego el tema es francamente interesante y da para un buen debate. Un saludo!!

Juan Carlos