miércoles, 25 de marzo de 2009

A vueltas con Göethe...


















El 28 de agosto de 1786, en el balneario de Karlsbad, Göethe cumplió 37 años de edad. Al parecer, estaba aburrido de sus deberes oficiales en Weimar y necesitaba tiempo para pensar. A principios de septiembre, el escritor informa al Duque de Weimar que debe emprender un largo viaje, cuyo itinerario y duración todavía ignora. A las tres de la madrugada del día 3 de septiembre, Göethe desaparece para llegar a Verona el 14 del mismo mes. Ya en tierras italianas, percibe los primeros grandes vestigios de la antigüedad clásica que le hacen olvidar los pormenores y tensiones de la huida. Ahora ya ha conquistado lo que se proponía: el alejamiento a través de la distancia física que le va a permitir obtener una perspectiva diferente para sus ideas. Mientras que durante su huida hasta Verona se había hecho pasar por un comerciante de Leipzig ahora, ya liberado de la servidumbre cortesana, recupera una nueva identidad, y aunque utiliza de nuevo su nombre, se ve transformado en un italiano (a su manera) mientras sigue enviando cartas a Charlotte von Stein.















Göethe también escribe al Duque Carlos Augusto de Weimar: “Perdóneme que al despedirme de usted hablara de una manera muy vaga de mis viajes y mi estancia fuera del país. Hasta, ahora no sé todavía lo que será de mí. -Usted es feliz; usted marcha hacia su deseado y elegido destino. Sus asuntos domésticos están en buen orden y camino. Yo sé que ahora me permitirá pensar algo en mí mismo; sí, usted, a veces, me ha indicado que procediera así. En general, soy en estos momentos innecesario, y lo que corresponde a los asuntos especiales de los cuales he sido encargado, los he atendido de tal modo que marcharán fácilmente durante una temporada, sin mi intervención. Incluso si yo muriese, no sufrirían ninguna interrupción, ningún tropiezo. Después de haberle expuesto toda esta constelación, paso a otro asunto y ruego a usted me conceda una licencia indefinida...”



















Once años antes, Göethe supo de la existencia de la baronesa von Stein a través de uno de los retratos negros en silueta tan en boga en aquella época. Algo después, el escritor se traslada a Weimar e inicia una relación apasionada que se prolongó durante más de una década. Göethe cayó rendido ante una mujer, casada y madre de siete hijos, que retaba su intelecto y lo aventajaba, tanto en edad como en conocimiento de las costumbres de la alta sociedad y también probablemente en los entresijos de la naturaleza humana. La mayoría de las cartas que el escritor la dirigió han llegado a nuestros días, pues la misma baronesa Stein se encargó de protegerlas y publicarlas en 1827, poco antes de su fallecimiento. Sin embargo, el contenido de las cartas que ella dirigió al escritor sólo es posible imaginarlo, ya que cuando la pareja acabó, Charlotte recuperó sus escritos de Göethe y los quemó. Lejos estaba la esposa del caballerizo ducal Stein de suponer que, siglo y medio después el dramaturgo Peter Hacks (colaborador de Bertolt Brecht) se daría a la tarea de recrear su historia en un magistral monólogo escrito en 1976.



















El viaje a Italia prefiguró de algún modo el final de la relación entre los amantes. Fue un periplo de fuga y descubrimiento, de conquista de la soledad y, si se quiere, del disfrute de un anonimato útil para la creación y el disfrute del escritor hacia lo real y lo imaginario. Göethe había nacido en Frankfurt el 28 de agosto de 1749 en un hogar de acomodados burgueses. Ahora, y a partir de su primera escala italiana en Verona, será alguien que quiere también estar solo, disfrutar de la luz y del sol del Mediterráneo, de los inmensos testimonios de la antigüedad clásica, de las obras del Renacimiento, de la grandeza y del esplendor, en fin, de un país y de una cultura y de unos modos de vida que en aquellos tiempos sólo se daban en Italia. Sin embargo, cabe que el lector malicioso se pregunte cuáles eran, en verdad, las razones de esos viajes que los nórdicos empezaron a realizar a Italia. ¿Eran exclusivamente espirituales, o más bien algo paganas?


















Francisco Umbral escribió: "La moda la sacó Göethe: había que viajar a Italia para conocer el mundo clásico y muerto, que estaba tan vivo. A partir de Göethe, padre involuntario del romanticismo, todos los viajeros románticos de Inglaterra, Alemania, Francia, hacen su peregrinaje a Italia, desde Byron a Stendhal. Durante un par de siglos, estos ingeniosos ingenios nos han hecho creer que a Italia iban a ver ruinas, herborizar flores (Göethe), asistir a la ópera (Stendhal) y otras minucias sociales y aburridas".

















Es obvio que para el suspicaz Umbral los motivos eran seguramente otros, que alterarían sin lugar a dudas la seriedad y los buenos propósitos de Göethe, Byron, Stendhal y otros innumerables viajeros. Si existe algo que pudiera comprometer la posición de Göethe al respecto, eso sería quizá su manifiesta admiración por Juan Jacobo Rousseau, cuyo tenaz discurso sigue hoy confundiendo a algunos. Sin embargo, Italia da una nueva energía telúrica a Göethe; allí renacen el Fausto y de la Teoría del Color. Göethe, que no conocía el mar, lo descubre en un lugar donde quizás todos hubiéramos querido descubrirlo; precisamente en Venecia, uno de los pocos sitios del mundo en donde el mar se funde en el laberinto de la ciudad y lo convierte en calles y espejos oscuros en donde contemplarse.














Después pasa por Vincenza, Padua y Ferrara, pero tan desesperado estaba por llegar a Roma que estuvo apenas tres horas en Florencia, que era entonces la más espléndida ciudad de toda Italia. Llegado a la ciudad eterna, Göethe se siente ya dueño del mundo, sin fronteras en el tiempo. Es el delirio del espíritu teutón que, sin olvidar su condición humana aprecia a otras diosas que se le cruzan por la calle. Desde allí viaja a Nápoles, sube las laderas del Vesubio, y de nuevo parte hacia el Sur, a Sicilia en busca de la Grecia antigua. Luego, otra vez se queda en Roma. Göethe repasa sus manuscritos, retoca sus dibujos y da rienda suelta a su imaginación que se va poblando poco a poco de fantasmas.


















Göethe hubiera dado casi cualquier cosa por haber pasado a la historia como artista, pero el destino le deparó otro papel. Frente a lo expresivo, él anteponía la belleza de lo real, lo característico. Göethe dibujaba cuanto veía pero conocía su techo y pensaba que nunca llegaría a ser un artista. Aun así, dibujó durante toda su vida y su casa-museo en Weimar conserva alrededor de 2.500 dibujos, de los que dos tercios son paisajes. Göethe siempre trabajó con artistas, dibujantes o pintores, pues pensaba que su proximidad le servía para enriquecer su trabajo: También solicitaba en ocasiones algún bosquejo que luego él recrearía a su modo. Göethe experimenta las enseñanzas recibidas de su amigo Jacob Hackert: aguada, acuarela, tinta o lápiz. Este Göethe paisajista es un precursor de la pintura de paisajes románticos; Italia le proporciona inspiración, ruinas y campo, una mezcla entre la historia y lo real. Observando los dibujos se aprecia tanto la admiración que sentía por los pintores holandeses como la influencia francesa, muy perceptible en los últimos años. Göethe se siente preso de admiración por la recreación de la naturaleza: sube al San Gotardo, el Brocken o el Mont-Blanc; realiza estudios de bosques, de rocas, de plantas. Tiene una mentalidad científica, pero es también un observador y un artista.
















En las “vedute” de Venecia, de Roma, villa Médicis, el lago Albano o Castelgandolfo más que copiar de memoria paisajes, está ejecutando ya composiciones del natural. Cuando llega al sur de Italia, Nápoles y Sicilia lo transforman: realiza apuntes de una tempestad en el mar, camino de Sicilia y cuando toma el lápiz lo hace con tal entusiasmo que podría agujerear el papel si no fuera por su educación exquisita. Su conocimiento del paisaje es enciclopédico: está en pleno proceso de elaboración de su teoría de los colores, pero a la vez estudia botánica y mineralogía. Le interesan tanto sus semejantes como las rocas y canteras, las cuevas o los valles. Se ha convertido en un paisajista.















Con Göethe, se puede regresar de nuevo a Italia: allí esperan siempre Leonardo, Rafael y Miguel Ángel, Dante, Petrarca y Maquiavelo, las madonne del Renacimiento y las contemporáneas, aunque las de ahora lleven piercings y escuchen música a todo volumen desde un coche que se encuentra aparcado en un recodo del Giannicolo.

4 comentarios:

Fujur dijo...

Me ha encantado. He podido conocer más de Göethe, de quien no sabía precisamente mucho, pues así me lo demuestra la lectura de este post, por lo demás sublime...

Para qué irían todos a Italia... Umbral quizá se estaba refiriendo a las tataraabuelas de las Belluci y Bruni??? ;-)

un abrazo!

M.Monís dijo...

Bueno...yo pienso que la gente iba a Italia a bastantes cosas (justo como ahora)...creo que el bueno de Goethe empezó a intuirlas y desdeluego, parece que ya estaba un poco harto del plasta del duque de Weimar (y quizá también de Charlotte, aunque no se lo había dicho)

De todos modos, era un tipo muy curioso, que tanto se interesaba por sitios y paisajes como por los saraos, y desde luego, se pirraba por la nobleza y la genealogía, como buen burgués que era.

De lo de las señoras, estoy también seguro que era un tipo algo reprimido (la idea de su Fausto asi lo revela). De modo que su huida a Italia parece ser una apuesta por su parte apolínea, abandonada a la sazón según se ve.

Como era pudoroso, no cuenta en su viaje niguna anécdota picante...para eso estaba Casanova, pero deja entrever su admiración y gusto por las mujeres. De modo que, es comprensible que después de estar a régimen con la Stein durante doce años se apuntara a algo más jugoso. Parece que el también cedió a la tentación mefistofélica, igual que nos ha pasado a tantos.

Un abrazo, Fujur...

Justo Barboza dijo...

Excelente artículo. Recomiendo buscar datos sobre el "Pequeño libro de viajes, de esparcimiento y de consuelo", es una libreta de apuntes de Goethe que se exhibió hace un par de años en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El título es ya una tentación, nada más inteligente, sincero y conmovedor. Son delicados dibujos acuarelados. Entre ellos el acueducto "AMALIA", una alegoría a la mujer que adoraba. Abrazos, Justo

M.Monís dijo...

Gracias Justo!

Un placer y un abrazo para tí.

MMM