
Durante el siglo XV, destacó una pequeña población situada en la zona centro-oriental de la península italiana denominada Urbino. La ciudad de Urbino brilló como pocas durante este periodo y fundamentalmente debido a un personaje excepcional: el duque Federico de Montefeltro. De acuerdo con los principios del buen gobernante tan en boga en aquella época, Federico lideró el poder en Urbino con mano férrea y, a la vez, con extraordinaria sensibilidad. Encarna todas las características del hombre renacentista: valiente guerrero, gobernante justo y refinado caballero. Su pasión por el arte le hizo rodearse de los artistas más destacados del momento. Federico fue un bravo y valiente guerrero que no sólo mandaba a sus soldados sino que entraba personalmente en combate con gran arrojo.

En sus retratos, el duque de Urbino está representado de perfil pues en una batalla perdió un ojo y una parte de la nariz, haciéndose representar a partir de entonces siempre de perfil. El retrato de Piero de la Francesca está tomado con un punto de vista muy alto por lo que contemplamos un horizonte lejano y un paisaje dilatado. La profundidad resulta evidente debido al difuminado progresivo de las montañas en la distancia. Es muy efectista el fulgurante rojo del atuendo de Federico tanto en el tocado como en el vestido, asi como el suave tratamiento de las zonas iluminadas y las que permanecen en sombra. La mujer de Federico, Battista Sforza, está representada igualmente de perfil y simétricamente, para formar el conocido díptico.

En la década de los años sesenta y setenta del s.XV, Piero Della Francesca va a establecer una estrecha relación con los duques de Urbino para quienes realizará estos dos magníficos retratos junto con otro buen número de obras; hacia finales de 1470 debido a una enfermedad ocular abandona la pintura, pasando a dedicarse hasta su muerte en 1492, a recopilar por escrito sus conocimientos acerca de la perspectiva y las matemáticas.

En estos retratos el paisaje toma un carácter de fondo que sin embargo, el pintor representa minuciosamente. Los retoques permiten reconstruir dos “apócrifos” de Piero de la Francesca en un momento en el que el género paisajístico aun no había tomado carta de naturaleza nominal en el campo de la pintura (y por los cuales el pintor no hubiera recibido un sólo céntimo en el caso de que hubiera podido pintarlos). No obstante, la composición sigue funcionado. Posiblemente se trate de paisajes imaginados o anónimos, en los que el pintor utilizaría algunos elementos familiares o comunes a la arquitectura del paisaje de Urbino, fantaseándolos de modo que sirvieran como marco a las figuras que retrata.

