Supongo que Kara vino
deslizándose como un apelativo más entre los modismos: el origen de su nombre
era sin embargo más bien pedestre y se debió a la fortuna desembolsada cuando
se vino con nosotros, desde su origen oculto de una pajarería de la calle
de Alcalá; las pajarerías asimilan a los animales en forma de esclavos
modernos, pensaba yo entonces. Aunque siempre incierto, tenía un noble pedigree, pero es cierto y sabido que
todos los pedigrees pecan de alguna incertibumbre). Mercedes la llamó
"caramelo" - quizá por su capa achocolatada y dulce, pero enseguida
el nombre se convino a una abreviatura común que satisfacía ambas cuestiones.
La cuestión del caramelo provenía, sin duda también, de los innumerables visionados
por parte de mi hija de Sonrisas y Lágrimas
y otras películas de factura ñoña, aunque comercial y conseguida. Lo de Kara
vendría después, posiblemente por la malvada influencia de los veterinarios que
adoptan a las Vanessas y a la Karlas, que parecen mataharis de barrio. También
probablemente de los excesos ortográficos de algunas lenguas que hoy día se han
impuesto obligatoriamente al acervo.
En cualquier caso, Cara - así de
sencillo - sería lo que más le cuadraba, a caballo entre un aria de ópera y un
verso de Leopardi: fue realmente barata en sentido estricto pues dio mucho más
de lo que recibió, a pesar de los olvidos de Mercedes y de las reservas sentimentales
de su madre, a la cual también adoraba, pues los perros saben dar sin esperar,
conscientes de que esa es la mejor estrategia para recibir. A mi lo de Kara
terminó llevándome a la geografía, e imaginaba su nombre inscrito en una lejana
península del Báltico, o quizá del océano ártico ruso, dos lugares que, como es
obvio, no conozco ni de pasada, lo cual resulta un verdadero alivio. Ella
permanecía allí, inmutable y sin distraerse en el bosque de apelativos y
ortografías: al final terminé llamándola "gorda" lo cual originó
algunas confusiones divertidas con algunas personas cercanas, y también obviamente
con mi propia tía, esta vez por razones de peso.
En cualquiera de los casos,
parece que la mayor utilidad de los nombres sea la de la evocación: los perros
saben rodearse de un aura de autoridad moral que resulta fácilmente
reconocible. Por ese motivo soportan bien todos los nombres, hasta los
impropios e imposibles, de manera que pueden sobreponerse a artistas y a
monarcas, salvando con su inocencia la presumible estulticia de algunos
propietarios señalados. Que los dioses y la tierra sean leves con ella.
2 comentarios:
¡Bravo, amigo!
Soy una amiga tuya, y sé lo que pasó.
Un beso geande
gracias, guapa
bsssssssssssssssssssssssss
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