lunes, 30 de junio de 2008

Naturaleza y paisaje


Lo edificado no es ciertamente natural , pues la obra del hombre como autor de edificios es un hecho puramente artificial. Por esta razón, y se entiende el hecho del paisaje como obra de la naturaleza, la noción de arquitectura y la noción de paisaje resultarán enfrentadas. La arquitectura sería entonces lo que se impone sobre el paisaje, estableciendo también la primacía o la coexistencia de lo natural ideal y lo construido artificial. Estas ideas provocan una discusión por la contraposición entre arquitectura y paisaje cómo realidades inicialmente irreconciliables. Por consiguiente sus posibles relaciones, semejanzas o concomitancias deberán venir de un análisis posterior de ambos términos. Empezaremos por intentar determinar lo que se entiende por paisaje, y así poder establecer las relaciones que pueden plantearse entre dos hechos que son sustancialmente distintos o que por lo menos así lo parecen desde su definición lingüística.



Por otra parte, el concepto de paisaje plantea dificultades, pues alberga distintos significados. Si recurrimos al método anterior del diccionario, nos encontramos con que el paisaje, en su acepción más general es "la extensión de terreno que se ve desde un sitio" [1] , explicación que atiende más a una cuestión perceptiva- el hecho de ver - que a cualquier otra noción de mayor complejidad, no entrando en ninguna cualificación formal de lo que se ve. Para simplificar la idea, desde ese punto de vista, un paisaje sería cualquier cosa que se ve desde un sitio contando con que todo lo que se ve está situado en mayor o menor medida sobre el terreno. Paisaje en sentido general será entonces, lo que se ve, incluyéndose aquí los posibles acontecimientos que ocurren en el sitio donde se ve. Esto da al término una primera acepción temporal, en el sentido de incluir sucesos ocurridos en el lugar y momento de la visión, o los que pudieran ocurrir, aunque a veces resulten imperceptibles o difíciles de observar. Frente al hecho más o menos monolítico de la arquitectura como objeto, el término paisaje resulta más amplio pues abarca lo que se ve, concediendo al objeto una característica doble espacial y temporal. En este sentido el término “paisaje” incluye al de arquitectura, como objeto que se ve dentro de un marco o paisaje más amplio.



En consecuencia, la arquitectura como objeto para ser visto ya formaría parte del paisaje al ser algo que se sitúa sobre el terreno y esto es tanto más cierto en cuanto la definición del diccionario, debería completarse o perfilarse con el matiz de incorporar "las cosas que se ven sobre el terreno" que son las realmente perceptibles, pues el terreno en sí mismo como sitio o espacio de tierra no contiene otra información que la de sus propias características y si estas han de ser observadas desde algún punto, a través de la forma, el color o la disposición son precisamente estos "accidentes" los determinantes del paisaje en sentido visual. El hecho de la visión determina obligatoriamente, la percepción de la accidentalidad como informante de la morfología de la cosa y esa accidentalidad sobrepuesta y variable en ocasiones determinará la cualificación formal de uno u otro paisaje. En cualquiera de los casos, ya se ve como la propia noción de paisaje ya se va alejando del natural ideal desde el momento que surge la intervención externa (como es el caso de la arquitectura) pero también en los trazados de cultivos, la parcelación, la plantación y cualquier cosa que dilate y modifique ese sustrato primigenio natural que vendría a definir el paisaje de forma idealista. Es también curioso como la noción de paisaje difiere notablemente de lo utilitario, por ser una noción estrictamente contemplativa. El urbanita puede tener una visión estética del “campo” o de la “naturaleza” así en abstracto, mientras que el rústico no verá posiblemente más que el aspecto funcional de esa naturaleza. Un urbanita dirá:




- Mire Ud. que bonito está el campo.


A lo que el rústico contestará, por ejemplo:


- El campo no está ni bonito ni feo...está como tiene que estar, aunque es una pena que este invierno haya llovido tan poco.



Es evidente que la noción de “paisaje” cambia para cada uno, ya que el ciudadano no ve con frecuencia campos y sembrados, pues son otras sus ocupaciones y ese “campo” y su “visión paisajística” son trasuntos de los fines de semana mientras que el labriego vive, sufre o disfruta de ese territorio como una ocupación: los papeles se encuentran invertidos, así como la visión estética individual de cada uno de ellos. También se ve en esto como la posibilidad de percepción del paisaje requiere una alejamiento de la realidad física, precisamente el que le permite qu ese objeto sea un paisaje y no una actividad interna. El dicho de que “los árboles no dejan ver el bosque es muy real” ya que la noción de “bosque” proviene de una visión exterior que permite distinguir o imaginar ciertos confines que definen el concepto. Recuerdo una película de Werner Herzog sobre Lope de Aguirre, en el que los expedicionarios españoles bajaban un río – pongamos que fuera el Orinoco – en una balsa de fortuna mirando con curiosidad y terror el paisaje verde e inabarcable de la selva amazónica. Un pequeño grupo de indios gritaba desde la margen, ante lo que Aguirre solicitó de uno de los indios que iba con el la traducción de lo que decían. El aludido tradujo:




- Dicen que el río trae comida...



También el hecho de que esta acepción de paisaje contenga el término terreno como sitio o espacio de tierra, relaciona también la idea de paisaje con lo tectónico [2] , que tanto se refiere etimológicamente a la construcción o a la estructura, a los edificios u otras obras de arquitectura, como también a lo geológico en cuanto a la propia estructura de la corteza terrestre. Desde esta idea las relaciones entre el paisaje y la arquitectura tendrían un primer punto común, al ser por una parte el paisaje reflejo exterior de una arquitectura del terreno, que resulta ser no sólo accidental sino también estructural, ofreciendo datos que en ocasiones el aspecto no manifiesta o no puede manifestar enteramente. En este sentido, una visión más atenta o una observación del paisaje nos darán claves o pequeños detalles que para un observador poco perspicaz pudieran quedar inadvertidos. Este punto de vista también confiere al hecho del paisaje un posible carácter misterioso en tanto que la visión del exterior nunca revela los secretos de la estructura o lo rincones apartados de la geografía de la cosa. Este fenómeno ha sido utilizado reiteradas veces en pintura y en escenografía para tratar de ocultar algo conscientemente y de ese modo llamar luego la atención del sujeto. Sin embargo y a pesar de ser un recurso ilusionista reiteradamente utilizado por pintores o escenógrafos como ya se ha dicho, también es un hecho que puede encontrarse en la propia naturaleza del paisaje.



El misterio de la geografía va unido a la relación de amor y temor hacia lo desconocido. Amor por la posible fascinación derivada de la satisfacción de la curiosidad y temor por el también posible daño que esa experiencia fascinante o aterradora pueda causar en el sujeto. La propia escenografía utiliza a la arquitectura o a elementos de la misma como puras y simples variables paisajistas. La arquitectura escenográfica, como arquitectura sólo para el espectáculo de la visión o "arquitectura sin fondo" aunque con estructura, juega precisamente con la capacidad que el sujeto tiene para penetrar en ella imaginando un fondo o un interior que no existen en la realidad pero que sí existen en la imaginación del sujeto en cuestión. En el mundo real, el explorador o el aventurero que se interna en un paisaje, lo único que intenta es el de verificar ese fondo o esa estructura para colmar el vacío o la desazón que le produce el encontrar ese paisaje sólo como una escenografía hueca. El paisaje tiene pues una connotación esencialmente teatral, tanto en el tiempo como en el espacio y el paisajista debe de permanecer dentro de ese "teatro del paisaje", pues si en algún momento quisiera trascenderlo o ir más allá de él, desde ese mismo instante se convertiría en un geógrafo o un explorador, que a su vez podría ser el incitador o el descubridor de otros paisajes o de otras posibilidades de aventura, pero no un paisajista en sí.


El carácter teatral de la noción de paisaje, permite situar en su interior a elementos móviles o sujetos característicos que refuerzan en ocasiones la propia morfología del paisaje que se quiere mostrar. El uso de sujetos humanos, o míticos, o de la fauna real, o de faunas míticas recreadas por artistas a lo largo de la historia, reconoce esa característica del paisaje como elemento susceptible de albergar acontecimientos dentro de él y dotándolo a la vez del aspecto temporal consustancial al hecho perceptivo de la observación.



El paisaje posee de esta forma una apariencia de fachada de un conjunto, que posiblemente haya sido creada y que tendría su correspondiente análisis desde la arquitectura. Para ello también habría que analizar el concepto lo edificado, para poder así determinar si lo que se edifica se sitúa dentro o fuera del hecho del paisaje, hecho que en cualquiera de los casos siempre pertenece a la conciencia individual del observador. Evidentemente, el terreno es el soporte primero y sustancial de la arquitectura, y no puede ser excluido del hecho arquitectónico que sin él no resultaría completo. También el paisaje como visión no excluirá a priori al paisaje edificado, o a la parte construida del paisaje, pero sí resulta cierto el que la noción lingüística de paisaje se refiere normalmente más al sustrato donde se asienta la arquitectura que a la propia arquitectura en sí, dotando a esta de una cierta noción de accidentalidad en relación al hecho del paisaje.



Desde ese punto de vista, la arquitectura tiene solo un valor de uso como elemento animador del paisaje y se dota de características intercambiables y reversibles de forma que ese valor sólo se sitúa en tanto en cuanto complementa lo que ocurre en el paisaje. Es el caso de la arquitectura efímera o campamentaria que solamente intenta insertarse dentro del paisaje por motivos muy concretos y pasajeros. Si por el contrario, lo efímero pasa a ser definitivo podría hablarse más de una noción de arquitectura incorporada en mayor o menor medida a un paisaje, efecto que será más prolongado en tanto esa arquitectura tenga el valor de sobreponerse en lo que se asienta, tomando carta de naturaleza propia y sobreponiéndose al sustrato inicial sobre el que fue creada. Sería el caso de las ciudades fundadas sobre las trazas de un campamento, tradición que en Occidente se consolida durante la primera época imperial romana. En ese caso, puede ocurrir que lo sobrepuesto comience a ser un paisaje con adjetivos - paisaje urbano o paisaje rural edificado- alejándose formalmente de la noción de paisaje en sentido estricto. En todo ello, existe sin embargo un juicio de valor, evidentemente estético y que produce ocasionalmente el que elementos arquitectónicos que se han incluido en el paisaje de manera efímera y ocasional se constituyan en elementos permanentes- y simbólicos incluso- de una ciudad, como ocurrió y ocurre, por ejemplo con algunos elementos de exposiciones universales que pasan a ser germen y símbolos de nuevas zonas de ciudad.


De este modo la propia noción de paisaje se hace cada vez más compleja, adoptando incluso un carácter antropológico, en tanto en cuanto todo paisaje lleva su huella humana sobrepuesta, aunque en último caso y al ser una cuestión de valor, solamente sea la propia mirada del observador que lo describe, o que lo observa la que crea, transmite o percibe el paisaje.



© M.M.Monis 2008



[1] (2) O.C. p.1.064.

[2] O.C. p.1.383.

viernes, 27 de junio de 2008

Ideología y paradoja



Una vez establecida la prioridad ideológica del proyecto, deberá seguirse con el razonamiento desde el punto de vista opuesto- esto es - desde el entendimiento y la percepción de la obra de arquitectura por parte del que la contempla para llegar al punto de confluencia entre lo que es proyecto como idea y edificio como realidad. La arquitectura se entiende como algo que se ve, es decir como algo que pertenece a la cultura material del hombre. Por esa razón, parece que solamente a partir de lo construido y sólo desde esa noción de lo material se puede llegar a extrapolar alguna idea sobre el sustrato que pudo producirla. Desde este punto de vista no existe el proyecto abstracto sino el proyecto de un edificio concreto ya que ése edificio ofrece una realidad única y completa que deberá explicarse y justificarse en sí misma, pues en otro caso no sería obra de arquitectura ni obra de arte alguna. Al igual que algunos llaman música a la partitura, no siendo esta más que una parte de ella (pues el fenómeno musical sólo existe en el momento de ser percibido) el edificio en su percepción también es instantáneo. Lo temporal de la música se hace espacial en la arquitectura y mientras la música ofrece un discurso instantáneo a través del tiempo, la arquitectura ofrece un discurso instantáneo a través del espacio, y ambos discursos son percibidos en cada momento. Música y arquitectura son comparables en la percepción de lo instantáneo, y los sistemas de memoria ulterior funcionan también parecidamente; en lo musical mediante un teatro de memoria mental (cada ejecución es única y definitiva) mientras que la arquitectura presenta un teatro que puede ser revisitado en otro momento. Frente a la variabilidad y posible repetición de la ejecución musical- aunque no en sentido estricto-, la arquitectura presenta normalmente composiciones de ejecución única, asimilándose en este caso a la música aleatoria o a las composiciones de jazz. Cabría citar el ejemplo de las últimas elaboraciones de Glenn Gould para la casa Sony, a base de repeticiones continuas en las sesiones de grabación hasta encontrar esa música perfecta que solamente habitaba en su imaginación y que era imposible (en su opinión) de producirse en una sala de conciertos por la imposibilidad de volver a tocar lo que ya ha sido tocado. En cualquiera de los casos, lo construido es la única imagen del dato apta para producir sensaciones o análisis ulteriores sobre la cualidad o el significado de un edificio, significados que a su vez, y como ocurre con cualquier obra de arte, pueden variar a lo largo del tiempo o la historia. Y también es curioso que el propio Gould a veces se equivocara en sus apreciaciones sobre lo grabado al distanciarse tanto de la composición original mediante esas recreaciones tan propias que excluyen la frescura de ejecución de otros artistas como Richter o Rubinstein.


Si es el material lo que ofrece el dato sobre la arquitectura, el análisis o la emoción que ofrece ese dato material permitirá imaginar a veces el proceso constructivo y creativo, y aunque el hecho de que la arquitectura como arte debe de ser histórico, se generará una cierta dificultad en el proceso ya que tampoco la historia no puede ser reproducida a capricho. La definición de arquitectura no sólo nos remite al arte de proyectar edificios sino al hecho conjunto de proyectar y construir. Desde el espectador, la ideología que subyace en el hecho del proyecto, sólo puede hacerse evidente a través del material, que es lo que le informa sobre la obra y desde ese particular punto de vista la obra es lo que aparece y sólo eso. La materia actúa como soporte de la obra y el contenido y la significación de la misma es transmitido al espectador a través de ella en un fenómeno inverso al del hecho de la creación. La labor de la crítica conduce pues a un camino inverso (aunque no exactamente simétrico) al del proyecto y a veces los resultados no son forzosamente coincidentes. Este fenómeno se produce por la propia independencia de la obra de arte, o de arquitectura en este caso, que poseen un devenir y una existencia independiente de la del propio autor que la crea o la compone. El significado de la propia obra pasa a ser así tarea del espectador, crítico o usuario de la obra que encuentra - desde su particular contexto - las proposiciones que la obra le ofrece o le niega.

Se ve entonces como el concepto de arquitectura en particular y el de la obra de arte en general, encierran esa doble cualidad en la que lo ideológico está forzosamente limitado por las posibilidades expresivas de lo material y a la inversa, lo que es puramente materia, se ve confortado por interpretaciones ideológicas que posiblemente conduzcan de nuevo al sentimiento del hecho creativo, o a sus posibles motivos, si bien este- por ser un hecho histórico- será siempre algo esencialmente irrepetible. La historia de la crítica se encuentra llena de intentos recurrentes que pretenden verificar los sistemas de producción de la obra de arte, y sin embargo resulta evidente que eso es un hecho imposible, al situarse dentro de unas coordenadas espacio-temporales de las que el crítico no dispone. También esa materia elaborada con las propias huellas del tiempo insertadas en su seno presentará – utilizando un término de Cesare Brandi - un efecto de "sordina" sobre la materia original que amortiguará en mayor o menor medida y también en función del tiempo transcurrido la posible pujanza ideológica del proyecto. Se ve muy clara ahora la propia intención proyectual en ese "ir hacia adelante", y a lo largo de la historia mediante el soporte de la materia, esa anteposición que inevitablemente supone el hecho de proyectar.

Sin embargo la cualidad de la obra, siempre informará en mayor o menor medida de un mundo de intenciones o referencias que el espectador podrá o no descubrir en función de la clase de obra que admire y ese fenómeno de reconocimiento que supone la admiración conducirá hacia una colección de pensamientos o de sensaciones que representan para el espectador lo que la obra representa. La particularidad que ese hecho concuerde con las intenciones iniciales del creador o el arquitecto no es relevante, ya que la propia revelación de la obra se viene produciendo a través del material que pervive en lo que se ve. Es por consiguiente falaz la aseveración de que puede existir arquitectura sin proyecto, o arquitectura sin arquitecto, ya que el hecho de descubrir un mundo de intenciones dentro de la obra supone el establecer un germen de proyecto, un afán de ir hacia la obra que es lo que ha permitido el que la obra sea.


También el hecho de la construcción es en sí significativo y requiere un análisis particularizado. Por una parte, el acto de construir, permite dar forma a la propia alucinación del proyecto, de manera que lo que posea fuerza ideológica suficiente será lo que pase al mundo de lo real, pudiendo entablar un nuevo diálogo con el espectador o el usuario, permitiendo incluso la recreación de otras alucinaciones formales que, en su caso serán posiblemente germen de nuevos hechos de arte o arquitectura. La construcción tiene igualmente una primera connotación de fabricación en tanto que se produce desde lo que no existía y precisamente la construcción de arquitectura, debida a su doble cualidad a caballo entre la idea y la materia, no siendo estrictamente ni lo uno ni lo otro, utiliza la disposición y el orden como elementos auxiliares de la idea y al servicio de ella, de acuerdo con un criterio lingüístico que permite el entendimiento adecuado. esta cuestión decisiva es algo que se establece previamente (como cualquier lenguaje) y deriva de unas leyes en mayor o menor medida inmutables, pero que se mantienen en lo sustancial por grandes períodos de tiempo.

La circunstancia que produce una obra de arquitectura sea percibida fundamentalmente en lo material y que sólo a través de la percepción de esa materia se pueda llegar a un conocimiento ulterior sobre la cualidad que la informa o no, produce la generación de unos arquetipos formados a lo largo del tiempo, que se mantienen fundamentalmente invariables en su transcurso. El arquetipo será el modelo original y primario, el tipo soberano y eterno que sirve de forma ejemplar al entendimiento y voluntad del hombre. Las formas de construcción son arquetípicas en el sentido de lo que al espectador se le ofrece "lo que espera que sea" lo que recibe a fin de cuentas y que se presentan a través de códigos traducidos muros, puertas, suelos, ventanas o escaleras, con un ser previo propio y determinante en función de cada tipo de civilización que es la que define ese lenguaje. Su uso, más o menos convencional, se produce a lo largo y a lo ancho de toda la historia de la arquitectura.



© M.M.Monis 2008

miércoles, 25 de junio de 2008

Proyecto y azar



Una colección de papeles, en mayor o menor orden no constituye un proyecto a no ser que se intervenga desde fuera para que ese material tenga el sentido adecuado. La idea de proyectar deriva etimológicamente de la noción de lanzar (proiicere) pero también este término latino tiene otras acepciones complementarias como son dar de comer (proiicere cibum), extender el brazo (proiicere brachium), poner delante o adelantar, hacer sobresalir, tener delante u oponer (proiicere scutum) arrojar, desterrar o derramar, proferir y tirar, despreciar (quibus est tam proiecta senatus autoritas: para quienes es tan despreciable la autoridad del senado), precipitar a un peligro y también derribar. En todas ellas existe una nota común que se refiere a la noción espacial de adelantamiento que se corresponde con la temporal de futuro. La acepción primera de "lanzar o dirigir hacia adelante" genera otro uso a través del romance en "idear, trazar o proponer el plan y los medios para la ejecución de la cosa". Lo proyectado se convierte de esta manera desde su propia etimología en lo que se adelanta sobre algo, noción que es común a los proyectos de arquitectura o ingeniería, entre otros.



Si avanzamos aún más en la definición nos encontramos con que proyectar es también el hacer visible sobre un cuerpo o una superficie la figura o la sombra de otro y también, en el campo estricto de la geometría, el trazar líneas rectas desde el perímetro de una figura o un sólido, con un convenio determinado o una regla fija hasta encontrar una superficie. Proyectar sería entonces lanzar (en su más primaria acepción) y en este sentido su objetivo sería "lanzar para producir lo visible". El hecho de proyectar tiende entonces al adelanto de lo que acontece, esto es, a su prefiguración. Proyectar es adelantar la figuración mientras que la realidad de lo proyectado sería la figuración en sí misma. Volviendo a la primera definición de arquitectura y para que esta exista o se produzca, deberá ser en mayor o menor medida prefigurada. La prefiguración, como representación que se anticipa a la cosa es un hecho de orden mental y en este sentido el proyecto es la idea que se tiene de la cosa antes de que sea como tal. El proyecto tiene por tanto una naturaleza esencialmente ideológica y los medios para representarlo no son sino los instrumentos al servicio de la cosa, pero no la cosa en sí. Desde ese punto de vista no se puede alcanzar la idea de la cosa más que a través del entendimiento de la idea sin que la simple escritura o reflejo gráfico del objeto pueda ofrecer más que una información fragmentaria sobre la obra prefigurada. Es por esta razón por la que una partitura excelente mal ejecutada no es buena música en absoluto y como tampoco unos planos, en sentido estricto tampoco ofrecen la información que luego proporciona todo el edificio. La información material de la obra o del proyecto no es la obra en sí sino mas bien una parte del proceso.



Desde el punto de vista ideológico ocurre algo semejante, pues las ideas ulteriores que derivan de la idea original del proyecto están subordinadas a la idea primera, presentándose el proyecto como un conjunto de ideas subordinadas y en un orden de jerarquía también prefigurado y prefigurado por una idea generatriz original que estrictamente sería el único proyecto. Desde un punto de vista temporal, el proyecto se presenta como una idea fulgurante que surge desde una instancia interior, desde algo que corresponde al espíritu del hombre y que al aparecer en un determinado instante formalmente prefigurado. Este instante podría describirse como el de la alucinación del proyecto - algo que antes no era y luego existe- pero sólo y hasta entonces como una realidad de la mente, como algo que sólo tiene hasta ese momento una existencia espiritual. Para que el proyecto exista deberá entonces existir esa alucinación, guión último y definitorio de lo que la cosa será. El fenómeno se produce subsiguientemente "a través " de otras ideas, estas menores y subordinadas a la cosa principal, a la alucinación primera que ya está prefigurada y la bondad o maldad del proceso dependerá en tanto en cuanto, la colección de ideas accesorias que el sujeto maneja o distribuye para perfilar el orden, la dimensión o la magnitud de la idea original se ajuste a su primera y original prefiguración, proceso en el que ya lo material se incorpora al propio proceso ideológico, dentro de una dinámica que resulta connatural y característica en el proceso creativo.




Parece pues que desde este punto de vista, lo azaroso queda fuera del conjunto de la génesis de la obra y cabe preguntarse si esto se produce realmente y en este orden. Debe pensarse que esto no tiene forzosamente por que ocurrir así y que el valor de lo azaroso dentro del proceso de creación puede no ser despreciable. Su valor dependerá no en tanto en cuanto a la génesis del proceso, o al carácter de objet trouvé, que en sí mismo puede ser valioso o no serlo sino a su manejo ulterior. El fenómeno del azar- equivalente al dado que trae o no trae la suerte - no es significativo en sí mismo, salvo en su propio hecho afortunado o desgraciado, sino en la manipulación que del objeto o la idea se hace después. El azar encuentra sí su justo término y su papel, aunque este sea, a veces, fundamental y determinante dentro del proceso de creación, mientras que su manipulación interesada por el actor hace y determina su sentido dentro de la cosa, confiriéndole su significado y su valor de jerarquía para el espectador.

© M.M.Monis 2008

martes, 24 de junio de 2008

Introducción

La idea inicial de este blog es tanto la de la analizar la arquitectura y su relación con el paisaje como particularizar los aspectos arquitectónicos que el propio paisaje puede poseer y también cómo el hecho arquitectónico sobre el paisaje incide en su estructura y morfología. Estas ideas llevan, en primer lugar, a investigar los propios términos de arquitectura y paisaje, intentando establecer sus posibles relaciones conceptuales.
















LOS TÉRMINOS DE ARQUITECTURA Y PAISAJE.


En el artículo correspondiente del Diccionario de la Lengua [1] figura la palabra Arquitectura como: "f. Arte de proyectar y construir edificios". Puede verse como la noción de arquitectura queda definida en este diccionario solo en relación a los hechos edificatorios aislados, por lo que si el concepto se quiere ampliar para algo más que a los propios edificios en sí mismos, la definición debería de incluir otras nociones de mayor amplitud que aumentaran el hecho estricto de proyectarlos y construirlos. El concepto tiene un carácter doble, pues se aplica a las ideas de proyectar y construir, que aparecen conjuntas e indivisibles en la arquitectura, lo que parece descartar en principio todo lo que estuviera construido pero que no obedeciera a un proyecto previo. Por otra parte, tampoco lo que estuviera proyectado pero no hubiera sido construido quedaría comprendido dentro de la arquitectura. El proyecto sin edificio o el edificio sin proyecto, quedarían dentro de esta visión del hecho arquitectónico, como actividades esencialmente incompletas. Parece que el hecho arquitectónico se encuentra vinculado a la propia presencia edificatoria, a algo que es realmente físico y no mental. Esta acepción descartaría la arquitectura como fenómeno de la pura imaginación, ya que siempre debería tener un reflejo dentro del mundo material.








Los mismos términos de proyecto y construcción, posiblemente adquieran su sentido pleno dentro de la discusión del hecho que se percibe individualmente entre lo proyectado y lo construido. La discusión se plantea en los mismos términos que los de la producción de objetos de cualquier otra clase, pues el fenómeno del hecho o de la obra de arquitectura no desvela normalmente las actividades que la producen, tal y como cabría esperar. Por otra parte, el aspecto de la obra en ejecución se aleja en mayor o menor medida del objeto final al poseer su propio aspecto de obra- en el sentido que aplican los arquitectos a lo que está en ejecución- hasta llegar al edificio acabado en el que la propia obra queda interrumpida. La cantidad de acepciones que el término obra posee exige examinarlo detenidamente; y como sinónimo de trabajo se refiere igualmente al hecho de hacer- como actividad- y al producto de esa actividad. La obra de alguien se referirá a la cosa hecha por un agente, a algo producido por alguien y particularmente la que resulta ser de importancia particular. Se supone sin embargo, que cuando se habla de obra, nos referimos a un trabajo completo pues en otro caso, se habla de obra incompleta o inconclusa con lo que se ve que el concepto lleva implícito un cierto carácter de perfeccionamiento o acabado que le da precisamente su categoría de obra en este caso. Sin embargo, y desde la otra acepción del término, manifiesta lo que está en marcha- lo que puede ser- o lo que tiene alguna posibilidad de ser acabado. Cuando decimos que algo está en obras, nos referimos a construcciones bien sean de edificios, caminos, canalizaciones, trabajos hidráulicos etc. y precisamente estas últimas se denominan universalmente como obras públicas, representando las que pueden teóricamente ser usadas por todos. Si bien pueden existir caminos, canales o puentes propios de particulares, su carácter inmediatamente universal y no exclusivo les confiere esa categoría.



















Mientras que un edificio, por público que sea puede ser inmediatamente privatizado por su condición cerrada, lo que no tiene esa propiedad accede rápidamente a la categoría de lo público, pues no tiene posibilidad de ser limitado salvo por la voluntad o intención del dueño. La obra pública, por su condición de utilidad inmediata y colectiva se personaliza mas bien por un signo que le viene impuesto desde fuera por la voluntad del otro, y mientras que el edificio muestra lo mismo en su aspecto público, asimila e individualiza más fácilmente en lo privado los aspectos singulares de los sujetos que los habitan, tal y como lo vemos, por ejemplo, en la arquitectura popular. El paisaje tiene también esa condición pública, de forma que su limitación o cancela es siempre costosa y difícil, pues entra en colisión con el antiguo espíritu de cazador que el hombre posee genéticamente y que a la vez le induce por un lado al acceso a nuevos territorios y por el otro, a la defensa de los propios. La crueldad extrema ejercida en época medieval contra los cazadores furtivos o hacia la recogida de leña en bosques de particulares explica bien esta dificultad de defender lo que tiene carácter de público o universal y a lo que todo el mundo se considera con derecho, como patrimonio supuestamente inagotable.


















En la construcción se da una noción doble del concepto de obra y si se dice que un arquitecto tiene una buena obra, lo mismo puede entenderse según el sentido de la frase, que nos estamos refiriendo al conjunto artístico de su obra de arquitectura que a una obra importante que esté proyectando o dirigiendo en ese momento. La dualidad sólo se da en términos de construcción para arquitectos o ingenieros y mientras que nadie aplica el término obra en ejecución para escultura, pintura o literatura, sí lo aplica para las construcciones. Existe una excepción a este uso del término que queda referido exclusivamente a la música, que tiene su presencia evidente cuando es ejecutada, esté o no esté antes escrita, iniciándose así la discusión sobre si la música para serlo debe ser antes compuesta, o si la arquitectura debe de tener proyecto para ser reconocida como tal.

















Debe suponerse, en principio, que puede existir música o arquitectura producto de una improvisación y que mediante ese mecanismo de la improvisación, tan válido como cualquier otro, se podría acceder a una obra de determinada categoría y acabado. Sin embargo no puede existir improvisación en sentido estricto, ya que el hecho de construir o ejecutar, requiere la disposición o el manejo de un material previo. La improvisación más creadora se elabora en torno a un tema y alrededor de él se especula, se trabaja o se varía, recreándose la obra o la composición un instante antes de ser ejecutada, pues sin ello el material no llegaría a adoptar una presencia formal. El hecho de que sea un fenómeno rápido o instantáneo - según la habilidad del ejecutante, o compositor, o artífice- no entra en colisión para que sea un acto de creación propio y previo al de la ejecución. Inversamente, si alguien opera sobre una partitura o proyecto conocido, siempre pondrá en el momento de la ejecución un pequeño rasgo o un carácter personal que dará a su obra el carácter de versión, que le confiere un carácter único e irrepetible, aun sobre una partitura universalmente conocida y apreciada. No existe en consecuencia obra sin proyecto o música sin partitura, si bien estos dos no tienen por que estar escritas en sentido estricto. En el caso de las versiones, el fenómeno es doble puesto que una parte de la obra corresponde al compositor o creador del proyecto y la otra- y no de menor importancia- al que ejecuta lo que antes pensó el mismo u otro sujeto.



© M.M.Monis 2008



[1] Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo primera edición. Madrid 1.992. p.136.Para las citas latinas del texto se utiliza el Diccionario Spes de Eustaquio Echauri. Barcelona 1.957 p.380.